Con los audífonos puestos, los sonidos de la calle se aislaban para dejar a la música como el único mundo alrededor de ella. Así caminaba hacia el gimnasio todos los días Daniela Gómez, con la seguridad de evitar los chiflidos que sentía contra su integridad, cada vez que salía a un espacio público. El acoso sexual callejero (ASC) permeó, hasta ahora, la cultura barranquillera.
'Aunque me exponía a otros riesgos, como no oír un carro pitar o no estar alerta de posibles atracos, eso me permitía caminar en paz', contó la joven de 26 años. La música fue su escudo invisible, con el que olvidaba lo que cada piropo le volvía a recordar: aquel viejo incidente que vivió cuando tan solo era una niña de 12 años.
'Fui a recoger un balón a la acera que bordeaba el parque, y pasó un chico en una bicicleta, mientras me agachaba él me metió la mano por debajo del vestido, me tocó todo. Salí corriendo y nunca más volví a ese parque, que quedaba frente a mi casa. La impotencia todavía me hace erizar la piel', la irritación aún se le nota en el rostro cuando Daniela relata el suceso.
Como ella, todas las mujeres se enfrentan a diario al acoso sexual callejero (ASC), una práctica que por mucho tiempo fue considerada parte de la 'idiosincrasia costeña', pero un grupo de mujeres están desmitificando esa idea. De una propuesta de investigación de la Universidad del Norte se creó el proyecto Mi huella azul, que realizarán durante un año estudiantes de la institución, asesorados por docentes y expertos en el tema de género.
El rechazo sale a las calles. El artículo tres de la Declaración de los Derechos Humanos señala que todos tienen derecho a sentirse seguros. El proyecto busca cumplir esa norma, a través de la apropiación del espacio público y de intervenciones artísticas, con las que reclama el derecho de las mujeres a caminar por el espacio público, sintiéndose seguras y respetadas. Así esperan crear 'un nuevo mapa mental de la ciudad'.
'Al inicio de la investigación era difícil llegar a las mujeres y eso me sorprendió muchísimo, para ellas era difícil contar sus experiencias de acoso, porque no era un tema de debate', comentó Pamela Flores, docente de Uninorte y directora del proyecto.
Esa fue la primera finalidad: poner el problema en la agenda pública. 'Después de eso, las mujeres que nos acompañaban en el trabajo empezaron a empoderarse, sobre todo las más jóvenes. Para los adultos sigue existiendo recelo hacia el tema', agregó Flores.
La propuesta consta de diez a catorce intervenciones en espacio público y privado, que incluyen tomas artísticas; y tres eventos académicos. Ya se han realizado sensibilizaciones en el Paseo Bolívar y en distintos parques como el Venezuela y el Suri Salcedo. El primer espacio de reflexión se llevó a cabo el pasado cinco de mayo en Uninorte y contó con una conferencia sobre feminismo online, un panel, una muestra de arte y una exposición fotográfica.
Las redes sociales son otras plataformas de comunicación con las que esperan generar cambio social. 'Uno de los retos que tienen estas experiencias es atender a los contextos locales y entender las limitaciones de cada lugar y cómo responden los hombres y la sociedad a estas formas de denuncia', explicó Nancy Gómez, especialista en Estudios de Género y docente de Uninorte.
La experta explica que con un retuit o un like están creando redes de apoyo y visibilidad que pueden unir más personas a la causa. La actividad online también es una forma de movilidad virtual que desencadena una resistencia a conductas normalizadas en la sociedad.
Mito cultural. Ante las autoridades locales no existe ninguna denuncia contra el ASC, como sí sucede en otras ciudades. La Secretaría de la Mujer y la Equidad de Género del Departamento, confirmó que no ha recibido, ni siquiera, una queja al respecto. 'Esta práctica apenas está siendo catalogada como un tipo de violencia. La falta de denuncia está relacionada con eso y con falta de educación, de autoestima, de conocimiento', afirmó Zandra Vásquez, feje de la cartera.
En el imaginario de muchas personas aún persiste la idea de que el acoso en las calles es un costo que las mujeres deben asumir al salir a espacios públicos; incluso, pocas identifican la práctica como un ASC. Así lo manifestó la antropóloga Susana Ojeda, co-fundadora de Mujeres con Poder, colectivo de la sociedad civil que reacciona contra la violencia de género, y colaborador de Mi huella Azul.
'En esta cultura patriarcal todo se ha dividido en lo femenino y lo masculino. A los hombres les corresponde el espacio público y a las mujeres el privado, si alguien se salta ese límite es agredido. Entonces, cuando las mujeres salimos solas, los hombres se ven en el derecho de atacarte para enseñarte que ese no es tu espacio, que debes estar en la casa o con un hombre', manifestó la antropóloga Susana Ojeda, co-fundadora de Mujeres con Poder.
Según el Observatorio contra el Acoso Callejero (OCAC), las miradas lascivas, los piropos, los silbidos, los besos, los bocinazos, los jadeos, los gestos obscenos, los comentarios sexuales, las fotografías y grabaciones del cuerpo con connotación sexual y no consentidas, las tocaciones, la persecución y arrinconamiento, la masturbación y el exhibicionismo son prácticas consideradas ASC.
Esas acciones no deseadas generan un impacto psicológico negativo en las víctimas, que en promedio empiezan a sufrir del flagelo desde los 12 años de edad. Y que como Daniela, inventan formas para eludirlas, como cambiar el recorrido habitual, modificar horarios, caminar en compañía, modificar modos de vestir, entre muchas otras.
Aunque la práctica sigue siendo un elemento dentro de la cultura barranquillera, no puede ser aceptada como tal porque propician el aumento de los niveles de violencia de género, empezando porque el hecho de que la mujer no pueda moverse libremente por las calles afecta el ejercicio pleno de la ciudadanía.
Por fortuna, de un tiempo para acá esas acciones generan cada vez más rechazo entre mujeres y hombres. Y los cambios de estas conductas normalizadas están generando resistencia.
'Mi huella azul es una iniciativa para apagar el silencio que ha permitido que esta situación perdure en la sociedad. Yo no desfilo mi cuerpo por las calles para saber qué piensan los hombres de mí', expresa Laura Perdomo, una de las estudiantes participantes del proyecto. Después de empoderarse la invitación la hace ella: 'Yo denuncio el acoso sexual callejero. Ahora vas tú'.
¿Por qué una huella azul?
El proyecto inicialmente fue escrito en inglés porque iba a ser presentado a una ONG extranjera, y fue llamado bluprint porque, en ese idioma, tiene un sentido metafórico de proyecto, de camino, de guía.
'Decidí usar ese nombre porque, además de que la palabra generaba recordación, guardaba el concepto de la propuesta que es la apropiación del espacio público por parte de las mujeres', explicó Pamela Flóres, directora del proyecto y docente de Uninorte.
En la traducción libre al español, decidieron llamarlo ‘huella azul’ para hacer alusión al camino que esperan dejar en cada sector intervenido. A partir de ahí, se utilizó la imagen de manos y pies como símbolos físicos que evidenciaran ese concepto.
Porque al final, como se lee en su página de Facebook, 'son huellas en señal de que no nos esconderemos más, de que no buscaremos un hombre con quien caminar por el espacio público para sentirnos protegidas, de que no daremos la vuelta para huir del acosador, de que nos apoyaremos unas a otras en las calles,de que, finalmente, estamos aquí para decir que la calle también es nuestra'.