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El árbol orejero o de carito, como se le conoce, es grande y frondoso. Con la madera del tronco se fabrica el tambor alegre para poner a sonar un bullerengue, y de su fruto –que parece una oreja– antes las abuelas afro hacían dulces. Hoy en día pocos recuerdan su sabor. Esta misma situación se repite con otras plantas cuyos usos alimenticios y medicinales se encuentran al borde del olvido en las comunidades que históricamente las utilizaron.

Además de la música, la lengua, entre otras manifestaciones de la herencia africana –que se celebra este mes por resolución del Ministerio de Cultura–, varios saberes relacionados con el uso y el cultivo de las plantas llegaron a Colombia con los esclavos africanos. Ellos experimentaron con especies similares a las que conocían en sus países de origen por sus propiedades curativas, y también adoptaron saberes amerindios.

Con el paso del tiempo, el contacto con la vegetación fue afianzando el uso de varias especies para la alimentación, la construcción, preparación de remedios o rituales, creando una tradición transmitida de generación a generación que hoy se ha ido perdiendo. ¿Se puede cuantificar esa pérdida? Una investigación de la Universidad de los Andes intentó medir este proceso paulatino de olvido; mientras que en Barranquilla el Colegio Paulino Salgado Batata busca recuperar estos conocimientos.

Comunidades afro y sus plantas. El estudio de la universidad, implementado en San Basilio de Palenque, islas Barú y María la Baja, fue realizado por la doctora en geografía Margaret Pasquini, la investigadora en etnobotánica Carolina Sánchez y el biólogo Juan Salvador Mendoza. La muestra de la investigación fueron 74 personas de 13 familias, todas residentes en los cascos urbanos.