Compartir:

Lograr una completa armonía entre el cuerpo y la mente. Ese es el objetivo del yoga. Y así lo entendí. Dos clases de una hora y treinta minutos cada una me bastaron para querer seguir practicándolo, conocer un poco más sobre sus antecedentes e incentivar a conocidos a que lo practiquen.

En el marco del Día Internacional del Yoga, que se celebra hoy en todo el mundo –pero que en Barranquilla se festejó el pasado sábado 18, en un evento organizado por el consulado de India–, por dos días dejé la sala de redacción de EL HERALDO y mis labores como redactora para convertirme en una estudiante más de dos estudios de yoga en Barranquilla.

Mi primera clase

El primer día, a las 8:15 a.m., llegué a Hot Yoga, ubicado en la carrera 51B #75-125. Allí me recibió Wyatt Shutt, profesor de yoga neozelandés y propietario del lugar. '¿Es primera vez que haces yoga?', fueron las primeras palabras que pronunció con su particular acento. Al responderle que sí, me dijo que solo me haría una petición. 'Por favor, trata de quedarte en la habitación hasta que finalice la clase'. Este pedido, algo intimidante, lo repitió dos minutos después, cuando una nueva estudiante llegó a la recepción.

Wyatt y su esposa Katheryn Bustamante me proporcionaron los artículos que necesitaba para participar en la clase: colchoneta y toalla.

Sin preocuparme mucho por la petición inicial, teniendo la seguridad de que sería algo fácil, entré directamente al caluroso estudio. En ese momento solo estaban cuatro personas.

Puse la colchoneta sobre el piso y encima extendí la toalla. Me senté y esperé a que se iniciara la clase.

Solo pasaron unos pocos minutos para que gotas de sudor empezaran a correr por mi cuerpo. La temperatura que tenía la sala durante las clases era de 40 grados.

Luego, cuando Wyatt entró al estudio, ya estábamos 12 personas. Listos para empezar y llenos de sudor como si ya hubiésemos terminado. La clase, de 90 minutos, comenzó con los pranayama, ejercicios de respiración profunda que se hacen de pie.

Después de algunos estiramientos empezamos a hacer asanas, es decir, las posturas. La primera fue ardha-chandrasana, también conocida como la posición de la media luna. Consiste en elevar las manos hacia arriba y después arquear el cuerpo hacia un lado.

Luego utkatasana, o postura de la silla. En esta es como si trataras de sentarte en el aire. Hasta ahí todo me pareció fácil de hacer.

Continuamos con garurasana. Es una postura en que, haciendo una sentadilla, se cruzan las piernas y los brazos. Aquí empezó a ponerse complicada la situación. Los brazos hay que entrelazarlos de una manera que no es fácil coordinar.

En mi intento por hacer andayamana-janushirasana, postura en que estando de pie se levanta una pierna y se lleva la cabeza a la rodilla, quedé muy sorprendida. Yo, con 21 años, no logré hacer la asana correctamente. Pero, Fernando Borrero, de 62, quien estaba a mi izquierda, la hizo perfectamente. Con precisión y equilibrio como lo exige el yoga.

Claudia Criales Nieto, de 47, también se veía tranquila y concentrada al hacer la postura. Se supone que yo debía tener la mirada fija frente al espejo, como lo hicieron todos y como lo pedía Wyatt, pero como no sabía el orden de las asanas y mucho menos los nombres, miraba a todos para guiarme.

Al hacer la dandayamana-dhanurasana, de pie y haciendo un arco, noté que era cierto lo que decía Wyatt. Si mantenía la mirada concentrada en mi reflejo, lograba mantener el equilibrio para la postura. De lo contrario, tambaleaba al hacerlo.

Tuladandasana, postura de equilibro; trikanasana, también conocida como el triángulo; tadasana, postura del árbol, padangustasana, sobre la punta de los pies, y savasana, postura del muerto, fueron otras de las asanas que hicimos durante la clase. Al finalizar completamos 26 posturas.

Este tipo de yoga se llama Bikram yoga. Según Wyatt, es una práctica medicinal, ya que trabaja los músculos, ligamentos, tendones, articulaciones, órganos, glándulas y células en el cuerpo, restaurando la salud y el bienestar de las personas.

De aquí, aparte de las posturas y la concentración, aprendí que hay que llevar un buen termo con agua, una toalla grande para secarse después de la clase y ropa para cambiarse.

¡Ah!, y dinero para comprar un buen coco natural en la cafetería, para tomar el agua y recuperar los electrolitos (sodio, potasio, magnesio) perdidos a través del sudor.

Mi segunda clase

El segundo día llegué a las 9:30 a.m. a Yoga Caribe, ubicado en la calle 85 #42D-65. Allí me recibió Luis Toro, un hombre que refleja paz y tranquilidad. Él es profesor certificado en la India, al igual que Wyatt.

Creyendo que allí sería casi igual que mi primera clase, llevé toalla y ropa extra. Finalmente, quedó todo guardado en el maletín. Aquí era algo totalmente diferente. 'Vas a hacer yoga tradicional', me decía con una sonrisa Luis.

Esta vez, el estudio es una sala amplia y con aire acondicionado. En las paredes figuran cuadros que muestran algunas posturas. Y sobre una mesa, fotos de los 'maestros'.

'En el yoga clásico uno pone fotos de los maestros, que son tu familia espiritual. Es como poner la foto de tu papá o tu mamá', me cuenta Luis.

Al comenzar la clase, todos nos sentamos en las colchonetas e hicimos esa posición que yo solo había visto en las películas. Sentado, con las piernas cruzadas y los brazos sobre las piernas. Los dedos índice y pulgar de las manos hacen un círculo y los otros se mantienen de forma recta. Se cierran los ojos y se hace el sonido 'ooooohmmmm'.

Después de eso, empecé a escuchar palabras que no entendía. Era una oración que hacen en sánscrito, una antigua lengua de India. En esta piden para que no haya lesionados en la clase y para que las enseñanzas del yoga sean transmitidas correctamente.

Luego hicimos estiramientos para evitar posibles lesiones. Al terminar, pasamos a hacer una serie de posturas llamadas surya namaskar, también conocida como saludo al sol.

Estas son 12 asanas que se hacen coordinadas con la respiración. De estas se realizan entre tres y cuatro repeticiones.

Después se hacen otras 12 posturas básicas del yoga. La primera fue sirshasana, pararse de cabeza. Antes, en un gimnasio, me habían enseñado que al hacer esta postura debía hacer fuerza en el abdomen. En la clase, Luis me enseñó a que debo empujar con mis brazos el piso y concentrar mi mente en la postura, lo cual me resultó más fácil y pude hacerla.

La segunda fue sarvangasana, parada sobre hombros. Esta es muy fácil de hacer. La tercera de la clase fue halasana, postura en la que, acostado boca arriba, se llevan las piernas hacia atrás de la cabeza.

Además, hicimos matsyana, acostado se eleva el pecho hacia arriba. Paschimothanasana, también acostado, y se hace flexión del cuerpo hacia delante.

Bhujangasana, la cobra boca abajo; shalabhasana, pierna hacia arriba; dhanurasana, se hace el arco y se agarran los tobillos hacia abajo; arda matsyendrasana, torsión espinal y kakasana, postura del cuervo, fueron otras de las posturas que conformaron la clase.

Al terminarlas, hicimos abdominales, ya que 'para el yoga hay que tener fuerza abdominal', según mi ‘maestro’, y los ejercicios de respiración pranayama.

Este tipo de yoga se llama Sivananda, que ve en el trabajo de posturas una manera de fortalecer el cuerpo, la mente y la vida espiritual. Incorpora trabajo físico y busca la prevención de enfermedades. También de la salud de la columna vertebral, la flexibilidad, el fortalecimiento de los músculos y de los órganos internos.

Después de esta clase me di cuenta que solo conocí una pequeña rama del yoga. Todavía hay mucho que conocer y aprender sobre esta actividad que nació desde tiempos inmemorables en la India. Para practicarlo no hay edad, solo se necesita ganas, una colchoneta y disponer la mente para vivir la disciplina.

Según los profesores de yoga y Juan Miguel Yamacán, cónsul de India en Barranquilla, son cada vez más las personas que practican yoga en la ciudad. 'El estilo de vida que estamos llevando, lleno de estrés y presión, ha hecho que las personas encuentren en el yoga una manera de bajarle a esa revolución en la vida', asegura Yamacán.