'Queremos ser optimistas y pensar que se avecinan para el país nuevos retos que ya nada tienen que ver con saber quién gana una guerra sin sentido', señala la Sociedad Colombiana de filosofía para argumentar por qué la educación es el tema principal del Congreso de Filosofía que se realiza en la Universidad del Norte hasta mañana.
Uno de sus miembros, Wilson Herrera Romero, habló con EL HERALDO sobre el papel de la filosofía en la educación, que en una coyuntura social y política como la que atraviesa Colombia –en pleno proceso de paz con las Farc, en vísperas de un posconflicto de cambios sociales y en debate por la formación sexual en las escuelas- se vuelve indispensable poner sobre la mesa.
La construcción de paz desde las diferencias es la preocupación principal de este Doctor en Filosofía de la Binghamton University. Más que un cierre de un conflicto bélico, es la formación de sociedad la que está en juego en el país, la que la polarización no ha decidido cómo debe ser. Eso nos cuenta Herrera en esta entrevista.
En el marco de un posconflicto, ¿cuáles son los temas que le preocupan como filósofo en la consigna de la paz?
Según escribió Kant en Sobre la paz perpetua, la paz no es simplemente un cese de hostilidades, sino un fin que siempre se tiene que estar luchando por realizar. Eso en el contexto colombiano es importante porque la paz no se va a lograr solo con la firma de un acuerdo entre un grupo armado y el Estado, aunque es un paso significativo y supremamente importante. La paz va más allá, tiene que ver con la construcción de una cultura democrática, que no se puede restringir a lo que diga la mayoría; una vida en democracia significa respetar las minorías. La democracia no quiere decir que todos tengamos que pensar lo mismo o vivir de la misma manera, sino todo lo contrario, significa tomarse en serio la diversidad, que es propio en los seres humanos. En ese sentido la construcción de paz es un esfuerzo por construir comunidades en la diferencia. Respetar al otro en cuento es distinto, no en cuento es igual a mí. Aunque en Colombia hemos vivido muchos años en una democracia formal, no hemos aprendido a aceptar eso.
En ese sentido, ¿qué papel juega la filosofía en esa construcción de paz en la diferencia?
El papel de la filosofía, más que señalar en lo que tenemos que estar de acuerdo, debe mostrar las cosas en la que somos diversos; y es sobre esas diferencias que debemos respetar. Tal vez el punto en el que la filosofía se une es en estar de acuerdo en respetar el desacuerdo, respetar que somos distintos. Pero lo que no se debe tolerar es a aquel que nos quiera imponer su diferencia y homogenizarnos.
Justamente ese es el debate actual que surgió con las cartillas de educación sexual del Ministerio de Educación. ¿Cómo educar sobre las diferencias?
Construir una vida democrática y una cultura de paz no es un asunto que sale de la noche a la mañana, es un proceso de largo plazo, los cambios culturales demandan tiempo y mucha paciencia, tenacidad y persistencia. La sociedad colombiana, como hemos visto en estos días, es homofóbica y contra ese fenómeno hay que luchar; pero de una manera racional, contundente. Y eso se hace a través de procesos educativos que no solo se dan en las instituciones educativas, no es solo una tarea de colegios y universidades, sino de todos.
En esos procesos educativos, ¿cómo entran los padres de familia?
Aunque los padres pueden ser los principales responsables de la educación de sus hijos, no son los únicos. Las familias no tienen el derecho de decidir qué educación deben recibir, ese derecho es de los hijos. Qué quieren hacer con sus vidas las personas es derecho de las personas, ni los padres, ni el resto de sociedad pueden imponer lo que ellos quieren como sociedad. Las generaciones futuras que hoy estamos formando son las que deben decidir lo que quieren ser como sociedad, en eso consiste la vida democrática. La obligación de los padres es brindar una educación para se puedan defender en el futuro y para que puedan decidir autónomamente lo que quieren ser.
La filosofía invita a la reflexión individual, ¿cómo debería ser la educación de filosofía en los colegios para esa formación de individuos autónomos?
Las distintas tradiciones filosóficas tienen muchas cosas interesantes que decir y que nos pueden ayudar a entender mejor los problemas en que vivimos. Pero también es tarea nuestra, los que trabajamos en filosofía, lograr llevar a la experiencia cotidiana eso que dice la filosofía. Y en esto la filosofía tiene que aterrizar, involucrarse con el mundo. Pero por otro lado, la misma sociedad debe aprender a escuchar, no solo lo que se dice en la filosofía, sino las humanidades y ciencias sociales. Se está produciendo un conocimiento que la gente no conoce, y hay que escuchar a la academia.
Hay otro tema importante en esta discusión y es cómo comunicar la paz –hablando de las diferencias-. ¿Cómo cree que se está manejando el tema actualmente?
Es importante en este tipo de discusiones que los ciudadanos sepan que tienen la obligación de estar bien informados, pero también de no tergiversar. A mí me parece que muchos de los manifestantes y posturas contra el Ministerio de Educación han exagerado con verdades a medias, que en asuntos públicos también son mentiras. Aquí ha faltado, tanto de los medios de comunicación como del gobierno, un mejor manejo de la información. Se han limitado a recoger las opiniones de las personas y no han hecho un análisis sopesado de estudios e investigaciones al respecto, que hay muchas sobre la homofobia en colegios y eso no se ha ilustrado.
Además de no ser escuchada, como menciona, hace poco la importancia de la filosofía se puso en tela de juicio, o por lo menos eso parece con la decisión de la Universidad Complutense de Madrid de fusionar el programa de filosofía con filología…
Eso es muy grave porque ese programa es de las más representativas en lengua española. Y detrás viene una tendencia mundial de poner en un segundo plano las humanidades, como la filosofía, frente a otras disciplinas. Es un asunto problemático porque se piensa que la función central de las universidades es generar tecnologías; pero la función fundamental es generar o contribuir a la formación de futuros ciudadanos. Eso no se hace solo capacitándolos para el trabajo, sino también formándolos para la vida, lo que requiere entender el mundo en el que viven, y las humanidades y ciencias sociales son fundamentales en eso, que no es comparable con la rentabilidad económica.