El pasado jueves 13 de octubre, la Academia Sueca anunció al estadounidense Bob Dylan como ganador del Premio Nobel de Literatura «por haber creado nuevas expresiones poéticas en el marco de la gran tradición de la canción americana», algo que viene a ser el legado más importante que puede dejar poeta alguno.
Poco tardarían en saltar uno que otro purista opinando que se trataba de un músico, que algunas buenas letras no hacen obra poética, y que al ser construida para ser cantada, su poesía no resiste el rigor de la lectura en silencio, olvidando así la estrecha relación entre la música y la poesía que se remonta a los tiempos de Homero. Olvidan también que la obra de un poeta es memorable si representa el espíritu de su tiempo. Dylan no tiene las mismas maneras de los poetas contemporáneos: no publica poemarios ni va a recitales, pero no son más que eso, maneras. El espíritu permanece.
Bob Dylan es la expresión viva de los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX, de un tiempo que es recordado por la intensidad de las luchas de las mujeres y los afroamericanos por sus derechos, en un momento en que el mundo pudo haber desaparecido en un instante por cuenta del arsenal nuclear de dos superpotencias que solo se escuchaban a sí mismas. Hoy nos resulta fácil expresar con palabras ese pasado, la distancia lo permite, pero el presente es incertidumbre para quien lo vive y la labor del poeta –decía Bachelard– es originar lenguaje para comprenderlo (¿Con qué palabras nuestra generación será recordada?). «Una buena composición muestra a las personas una faceta de sí mismas que desconocen», dice el mismo Dylan, y a eso apuntó la Academia con su Nobel.
Dylan, de nacimiento Robert Allen Zimmerman (Duluth, Minessota, 1941), es un artista precoz que a los 20 años grabó sus primeras canciones al fragor de la protesta civil de su país. El folk, ese híbrido musical que combinaba instrumentos tradicionales con letras claras y significados específicos, concentraba los músicos que exigían el fin de la guerra de Vietnam y se rebelaban contra el sistema; Dylan hizo parte de ese movimiento contestatario, aunque odiaba el calificativo: 'No creía estar protestando contra nada', escribió en sus memorias.
A pesar de que le parecía que la canción protesta rayaba con lo panfletario, el público lo identificó como un músico comprometido con sus luchas. Su segundo álbum, The Freewheelin’ Bob Dylan (1963), incluyó la que se convertiría en una de las mejores canciones protesta de todos los tiempos: Blowin’ in the Wind (Flotando en el viento).
How many times must a man look up
Before he can see the sky?
Yes, ’n’ how many ears must one man have
Before he can hear people cry?
Yes, ’n’ how many deaths will it take till he knows
That too many people have died?
The answer, my friend, is blowin’ in the wind.
¿Cuántas veces debe un hombre mirar hacia arriba
para poder ver el cielo?
¿Cuántos oídos debe tener un hombre
antes de que pueda oír a la gente llorar?
¿Cuántas muertes serán necesarias para que comprenda
que mucha gente ya ha muerto?
La respuesta, amigo, está flotando en el viento.
Para el periodista Dorian Lynskey, con la repetición del 'cuántos' para cada pregunta, Dylan capta el hastío de la sociedad hacia la guerra, sin referirse a ella directamente. La diferencia entre sus letras y las del resto de músicos folk es que no tienen el característico enfoque de denuncia, sino más bien algo intuitivo, emocional y sugerente. En esa misma línea está A Hard Rain’s a-Gonna Fall (Una fuerte lluvia va a caer), cuya letra fue asociada por el público con la crisis de los misiles en Cuba:
I’ve been out in front of
a dozen dead oceans,
I’ve been ten thousand miles
in the mouth of a graveyard,
And it’s a hard, and it’s a hard,
it’s a hard, and it’s a hard,
And it’s a hard rain’s a-gonna fall.
He estado delante
de una docena de océanos muertos,
me he adentrado diez mil millas
en la boca de un cementerio,
y es dura, es dura,
es dura, es muy dura,
es muy dura la lluvia que va a caer.
Dylan es renuente a explicar el significado de sus canciones y detesta que asocien sus letras según el interés de quien las hace suyas. «Por lo que yo sé, no pertenecía a nadie entonces ni pertenezco a nadie ahora», dice. Quizá fue su aversión por integrar un movimiento en particular, o el hecho de que el folk terminara siendo una máquina más de hacer dinero, con fanáticos que rendían culto a su persona, lo que lo llevó a concluir que nadie estaba escuchando en serio lo que tenía que decir.
Dejó a un lado el folk, comenzó a usar instrumentos eléctricos y expandió su poesía. En cierta forma no abandonó la crítica social porque sus letras, si bien cuestionaban el estado de cosas, no se referían a algo o alguien en concreto. Lo que hizo esta vez fue descargar sus interrogantes sobre la vida cotidiana que existía tras la política y los asuntos aparentemente importantes. Su sexto álbum, Highway 61 Revisited (1965), supuso su entrada triunfal al rock y al blues, así como también la composición de Like a Rolling Stone (Como una piedra rodante), que relata la vida de una mujer que disfruta de lujos y excesos y un día se ve expulsada, desamparada y sola. Es un poema furioso sobre la vida que decepciona.
How does it feel
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?
¿Qué se siente
qué se siente
estar contigo misma
estar sin un hogar
como una completa desconocida
como una piedra rodante?
Dylan, a sus 24 años, se convirtió en el referente cultural de su generación. Al día de hoy ha grabado 37 álbumes de estudio, ganó el premio Príncipe de Asturias en 2007 y el Pulitzer en 2008. Cuatro años antes, la revista Rolling Stone escogió Like a Rolling Stone como la mejor canción de todos los tiempos.
La influencia de Dylan en la cultura es reconocida no solo por músicos de distintas generaciones, sino por escritores y poetas que lo consideran uno de ellos. Llevaba varios años sonando para el Nobel de Literatura, pero el hermetismo de los jueces y lo poco ortodoxo de su nominación lo hacían un ganador improbable. Hasta el jueves, cuando la Academia se deshizo de los protocolos y premió la importancia de la poesía y no el oficio del poeta. Dylan, que también es ajeno a formalidades, no se ha pronunciado aún sobre el premio. No aparece ni contesta el teléfono. Debe estar flotando en el viento.