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'Mi historia es como la de quien quiere una piscina en su casa. Apenas la tiene ya se le quita el tema', dice Pedro*, quien prefiere que no se revele su identidad.

​Según él padecía de lo que se conoce como adicción a la pornografía.

'Era asiduo cliente del Rex y posteriormente del Royal, por lo menos cinco veces por semana', dice el hombre, evocando épocas lejanas, ya con unas heridas que parecen haber sanado con el tiempo.

​Desde hace 10 años es dueño de un local en el Centro de la ciudad, entre los teatros que tanto frecuentaba cuando padecía de una enfermedad que, según él, le había deteriorado sus relaciones 'con mis parejas y amistades'.

'Este tipo de negocio lo descubrí cuando trabajaba en Cali. Allá me fui a buscar donde poder saciar mis ganas de ver porno, y encontré un lugar como el mío'.

El negocio, tiene una discreta puerta azul al lado de un restaurante desde el que se escucha una canción de fundamento cristiano, 'algo está cayendo aquí/ es tan fuerte sobre mí/ mis manos...' decía la letra.

Un pasillo de cuatro zancadas le da paso a unas escaleras de dos tramos. En el primero hay un balde amarillo que atrapa las gotas del agua que deja caer un aire acondicionado funcionando. Decoraciones decembrinas guían la mirada hasta un aviso en lo alto que lee: 'Persona que baje las escaleras sin avisar en la taquilla pierde la entrada sin excepción'.

El segundo tramo tiene un segundo aviso en una cartulina verde, 'Lo que pasa en el video se queda en el video. Gracias. Bienvenidos'.

La puerta del establecimiento ‘Los ochenta’ tiene una ventana que está bloqueada en su totalidad por una lona negra y solo abre con el botón que habilitan desde la recepción.

Por la entrada cobran 8.000 pesos. Al cerrar la puerta no hay ninguna fuente de luz diferente a las dos pantallas encendidas con películas pornográficas.

Hay cuatro filas y en cada una de ellas cuatro sillas separadas por unos cuantos centímetros. 'Esta es la sala hetero, la de allá es para quienes quieren ver el de homosexuales', dice el dueño del establecimiento con un tono de voz como de quien lidera un tour por un museo y señalando con su brazo a la otra sala que está apartada por un pasillo estrecho por el que solo cabe una persona.

La sala dedicada a la pornografía homosexual tiene seis pequeños cuartos en los que 'el cliente puede tener un poco más de privacidad, solo tiene que pedir las cinco vueltas'. Así le llaman al papel higiénico que regalan a quien lo pide a través de una pequeña ventanilla en la recepción.

​Adentro de esta pequeña oficina hay una nevera con cervezas, unos estantes en los que hay una estatua de la virgen, afiches de películas, cajas de ‘DirectTv’ y de condones.

​Desde allí no se ve hacia adentro, solo hay las ventanillas para recibir el dinero de la taquilla, y para ofrecer las bebidas.

'Solo salimos si hay un altercado o alguien nos llama. La regla número uno de este lugar es la privacidad', cuenta el propietario del negocio.

​Este lugar abre todos los días desde las 10:30 a.m. hasta las 6:30 p.m. y solo cierra 'el primero de enero y el viernes santo, porque a pesar de todo, hay que respetar'.