Compartir:

Raúl Gómez Jattin empezó a escribir poesía en firme sólo después que la locura entrara por las ventanas de su vida como un ventarrón oscuro a mediados de la década de 1970, cuando rondaba los 30 años, y lo apartara por completo de sus estudios de Derecho en Bogotá y, prácticamente para siempre, también de su carrera de actor, autor y director de teatro. Desde entonces, ni la locura ni la poesía se separaron jamás de él hasta el mismísimo día de su muerte, ocurrida la madrugada del jueves 22 de mayo de 1997, en Cartagena, hoy hace 20 años exactos.

Sin embargo, él insistiría tiempo después en que era la poesía la que le había deparado locura. Cabe entonces preguntarse: ¿qué fue primero en él, la poesía o la locura?

La pregunta no es una simple bagatela. Los críticos literarios se han dividido entre quienes afirman que el desgarramiento y la fuerza desbocada de su poesía proceden de su delirio vesánico y quienes, desde la orilla contraria, como es el caso de Darío Jaramillo Agudelo, plantean que su obra es enteramente fruto de la lucidez de que él solía gozar por temporadas, pues, a su juicio, no es cierto que escribiera poemas durante sus crisis mentales.

Por mi parte, creo que acaso la verdad sobre este delicado asunto no esté en ninguna de estas posiciones opuestas, sino en una intermedia: los estados de locura y de lucidez (o de cordura) no estaban, en la conciencia de Gómez Jattin, absoluta y herméticamente separados entre sí, como si de dos compartimientos estancos se tratara. De modo que ni en la locura perdía él del todo las nociones ni los recuerdos propios de su etapa de cordura, ni durante esta última (que era cuando, aceptémoslo, escribía sus versos) quedaba por completo privado de las imágenes, las emociones y las sensaciones que experimentaba en medio de la locura.