*Por Héctor Romero
Contrario a determinada impresión acerca de que Cien años de soledad es una novela cinematográficamente imposible, asombran las observaciones planteadas por el cineasta y poeta italiano Pier Paolo Pasolini respecto a la obra de Gabriel García Márquez: «Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados –a veces con espléndida maestría– por un guionista: tienen todos los ‹tics› demagógicos destinados al éxito espectacular».
La nota escrita por Pasolini y publicada en la revista Tempo el 22 de julio de 1973, bajo el título «Un escritor indigno, revela atributos cinematográficos», aunque su intención sea rebajar la obra literaria a una novela esquiva a este tipo de miramientos, y no cae en la inexactitud cuando juzga a García Márquez como guionista. Es sabido que García Márquez empieza a trabajar siendo guionista durante una época cercana a los inicios creativos de Cien años de soledad y que dentro de la leyenda en torno a la escritura de la novela se desprende un rumor que gran cantidad de material rechazado por productores terminó incluido en el célebre libro. No resulta nada extraño entonces que la mirada de un poeta y cineasta como fue Pier Paolo Pasolini advierta un sentido cinematográfico a la novela del Nobel colombiano.
Tras los años que siguieron al éxito de Cien años de soledad, el mismo García Márquez inicia una dura campaña en contra del interés de muchos directores que persiguen los derechos de su novela para adaptarla al cine. Un desprestigio a favor que afianza la concepción general de Cien años de soledad como obra inadaptable. Bajo una sobredosis alucinada de Realismo Mágico, Gabriel García Márquez pone freno a las tentativas propuestas de Giuseppe Tornatore, diciendo: «Debíamos grabar el libro completo, pero solo lanzar un capítulo –de dos minutos– cada año, durante 100 años». Otras veces imagina a un reparto imposible: «Sería, además, una producción muy costosa en la que tendrían que intervenir grandes estrellas, como por ejemplo, Robert de Niro en el papel del coronel Aureliano Buendía y Sofía Loren en el de Úrsula, y eso la convertiría en otra cosa». Arremete también contra el cine y sus limitaciones narrativas, justificando que escribió Cien años de soledad para liberarse de las restricciones que dominan la construcción de un guion.
Cierto es que los guiones elaborados por García Márquez y las adaptaciones de sus novelas y cuentos sufrieron de una mala fortuna. Fracaso atribuido nuevamente a la dificultad de transfigurar el universo macondiano a un filme. Era como si a cada desencanto cinematográfico se pusiera en una escala inferior al cine frente a la obra de García Márquez, sabiendo que siempre hubo malas decisiones al momento de elegir el equipo ideal de cineastas, en su mayoría directores artesanos de una cinematografía tercermundista.
Al menos, referente a Cien años de soledad, Gabriel García Márquez manifestaba nociones prejuiciosas sobre las adaptaciones cinematográficas. Temía que los valores literarios de su afamada obra fueran trastocados y convertidos en imágenes carentes de una poética conforme a la naturaleza de la novela y que la gran pantalla destruyera el imaginario personal de cada lector.
Curiosamente, existe una película japonesa de 1984 titulada Saraba Hakobune (Despedida del arca) inspirada en Cien años de soledad y dirigida por Shûji Terayama, y que participó en la competencia oficial a la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes de 1985. Tal vez signifique el referente cinematográfico más cercano a Cien años de soledad. Macondo es una aldea del Japón rural. Una pareja de primos anhela vivir juntos, pero sus familiares se oponen a que mantengan relación alguna. Los habitantes de la aldea profesan la creencia que si llegan a tener hijos, los niños verán luz sufriendo malformaciones físicas. Sin encontrar otro remedio, la pareja de primos escapa, pero a su regreso, trascurrido un tiempo, deberán pagar las consecuencias de sus acciones. El punto central de la película es el incesto y la larga historia de una familia y su relación con el pueblo en donde viven y el complejo y perturbador simbolismo que le imprime el director. Saraba Hakobune cumple con el rigor de una adaptación hábil al tomar elementos esparcidos en Cien años de soledad y unificarlos con la cultura japonesa, imprimiéndole una autonomía estética a la película y sentenciando además que para el séptimo arte no existe nada imposible.