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De Abelardo para su papá Abelardo De La Espriella

Mi padre, el rey del vacilón

En mi familia hay dos problemas: por una parte, mi vejez prematura y, por la otra, la adolescencia tardía de mi progenitor. Mientras yo busco la tranquilidad y el sosiego que me prodiga el oasis del hogar, arropado por los besos de mis hijos y de mi esposa, en medio de música clásica, buenas viandas, uno que otro trago, la hamaca de la terraza y acordes de jazz; mi padre es un volcán de emociones que vive cada día como si el mundo se fuera a acabar.

Para soportar los avatares de mi oficio, procuro la desconexión, alejarme del mundanal ruido, a distancia prudente del bullicio y el gentío.

Refugiarme en el nido, rodeado de lo más querido, incluyendo a los amigos, es la mejor terapia para un guerrero como yo. Mi padre es la antítesis de esa visión: no hay fiesta que se pierda en Colombia o en el exterior, y detesta la música para viejos, como él llama al bolero y demás géneros: prefiere el reguetón. Es un trompo en la pista de baile y, a sus casi setenta, es más resistente que cualquier muchachón. No abandona la rumba, sino hasta cuando despunta el sol. La ginebra y el buen vino son sus compañeros de ocasión. Se goza un almuerzo, un carnaval, un bautizo, un festival vallenato, un velorio y hasta una primera comunión.

Mi padre es una celebridad de las redes sociales (yo ni tengo, ni sé cómo funcionan), es amante del buen vivir y de la moda (en eso coincidimos con fervor). Su filosofía de vida ha inspirado a muchos que lo siguen. La risa es su sello característico, y la existencia, a su decir, un viaje por el que hay que transitar con una buena dosis de pasión. A diferencia mía, el viejo Abelardo (no le gusta que le digan viejo) es 'omnívoro' por convicción: degusta con igual placer un chicharrón que un escargot; le viene bien un mote de queso o un soufflé de mascarpone. Se pasea por los mercados de los pueblos de la patria con donaire de conquistador y también posa para selfies, en lugares exclusivos alrededor del mundo, a donde viaja en busca de aventuras por montón.

Todo el que comparte con mi padre es invadido por la sensación de que los seres humanos vinimos a este planeta a ser felices; lo demás es ficción. Por supuesto, él no podría volar tan alto, si no fuera por el apoyo incondicional de mi madre, que es su fuerza y su motor. Ella le patrocina las locuras, aunque a veces el viejo se pasa de rock and roll. Nuestra relación está basada en el respeto mutuo y la admiración. Mucho de lo que soy se lo debo a él y lo digo de corazón. No hay duda alguna, fui concebido por el rey del vacilón.

En este Día del Padre, quiero rendirle tributo a un bacán sin comparación, que me enseñó que los principios no se negocian, que los amigos son un tesoro incalculable, que la cultura enriquece el alma y que la familia es la mayor bendición. Espero que la genética haga lo propio y, a su edad, yo esté como un cañón, lleno de cariño e ilusión, para mostrarle al mundo, como lo ha hecho mi viejo, que la vida es más bonita, si se vive con amor.

Abelardo De La Espriella.

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