En 2015, la vida de Adolfo De la Espriella cambió. Después de cuatro días de hospitalización y una serie de exámenes –por los vómitos con sangre que había presentado– los médicos descubrieron que estaba infectado con hepatitis C. Un virus que había convivido con él por treinta años y no lo sabía.
La hepatitis C es una enfermedad del hígado causada por el virus del mismo nombre. Ese virus (VHC) ocasiona una infección aguda y crónica.
'En las pruebas se dieron cuenta de que lo tenía. Lo había adquirido con una transfusión de sangre en 1985', cuenta Adolfo.
La hepatóloga Clara Cáez, adscrita a la clínica Portoazul, explica que la mayoría de pacientes no sabe que está infectado 'porque no tiene síntomas, y si los presenta son muy inespecíficos: fatiga, dolores musculares y articulares. Son manifestaciones extrahepáticas y no se asocian a una enfermedad de hígado'.
Cuando ya se tienen síntomas a la vista, añade, 'pueden ser pacientes con complicaciones asociadas a la cirrosis o que presentan ya un hepatocarcinoma (cáncer en el hígado)'.
La principal motivación para Adolfo, confiesa entre lágrimas, fueron las ganas de vivir y sus hijos. 'Es duro cuando uno sabe que tiene esta enfermedad. La vida cambia totalmente porque las consecuencias son graves'.
El hematólogo Alfonso Ardila hace referencia a los casos de transfusión de sangre, explicando que se dieron antes de los años 90 por las pruebas de tamizaje de las unidades donadas 'y porque algunos donantes no cumplían los requisitos. Ahora toda persona debe ser sometida a exámenes'.
Cáez indica que las personas mayores de 50 años 'se debe hacer una prueba de hepatitis C en la vida', debido a que alrededor de dos tercios de pacientes infectados en el mundo tienen esa edad.
Ardila afirma que los pacientes que hayan presentado hepatitis B o C no pueden ser donantes 'porque tienen virus crónicos. Pero con hepatitis A, que es la más común, podrían hacerlo siempre y cuando se le practiquen exámenes'.