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Para Ray Loriga las cosas empezaron a muy temprana edad por Lo peor de todo. Su primera novela fue publicada en 1992. El español, que se ha mantenido en el mundo de las letras cerca de 25 años, desde que era un ‘crío’ descubrió su pasión por la literatura, la cual confirmaría en su adolescencia y lo llevaría a estudiar periodismo. Este año fue el ganador del Premio Alfaguara de Novela con Rendición, lo que algunos han denominado como su 'gran regreso'.

Su verdadero nombre es Jorge Loriga Torrenova, y cuando no escribe literatura crea guiones de cine o dirige películas. Es aficionado al fútbol. 'Me apasiona porque me distrae de todo lo demás, cuando veo un partido ya no soy ni escritor ni guionista ni nada, solo soy uno más mirando el deporte', expresa.

Desde los 19 años publica en revistas especializadas en literatura y ha logrado mantener un trabajo constante hasta hoy, que tiene 50 años. Dice que su permanencia 'es un poco milagrosa, no sé a qué atribuirlo más que a la constancia, la dedicación combinada con un poco de azar y buena suerte'.

Entre su trabajo se destacan las publicaciones Héroes (1993), Caídos del cielo (1995), Tokio ya no nos quiere (1999), El hombre que inventó Manhattan (2004), Ya sólo habla de amor (2008); y de los libros de relatos Días extraños (1994) y Días aún más extraños (2007). Su obra ha sido traducida a 14 idiomas.

Un relato en primera persona

En la última novela de Loriga el narrador es lo principal. 'La voz narradora lo es todo en el libro. Solo sabemos lo que él nos cuenta. Aparte, nos lo cuenta en tiempo real, aunque en realidad no nos lo está contando. Mi estrategia, por así decirlo, es invitar al lector al rumor de la cabeza de este hombre'.

Esta voz es la de una persona de campo, que siempre ejerció como jornalero. El lector asiste, según explica el autor, a los pensamientos que él tiene. 'En realidad nunca le está hablando a nadie más que a sí mismo'. Este personaje sufre varios quiebres en su identidad. El primero ocurre cuando se enamora de su patrona y termina casándose con ella, dejando de ser empleado para convertirse en dueño.

'Nací jornalero, pero llegué a capataz, y después ella me educó, contra mi naturaleza, como señor, padre y marido. Lo hizo despacio, dulce pero firmemente, como lo hace todo', así se identifica en uno de los apartes del libro el narrador.

Esta es una voz distinta a la que ha utilizado anteriormente Loriga, a través de la cual hizo la construcción del relato. Esta obra tiene un gran componente reflexivo, lo cual choca en un principio con la idea que pueda tener el lector sobre este hombre que no es instruido. Loriga explica que 'él simplemente ha vivido sin plantearse cuestión existencial alguna hasta que estas mismas lo atrapan y se lo llevan por delante'.

Un relato de pérdidas

Los quiebres que va pasando el narrador van acompañados de pérdidas. Todo en lo que está fundamentada la existencia de este hombre sin nombre, desaparece. Debe dejar de lado su oficio, su hogar y su familia.

'Evidentemente hay muchas pérdidas en la novela'

Los hijos están perdidos, pierden la casa, su tierra, su mundo, sus funciones, hasta su olor. Me gustaría pensar que todo este tipo de religiones lo empiezan a llevar como a un tipo de epifanía, al final, que es el coraje de disentir, aunque sea intima y calladamente, por lo menos él sabe que resiste'.

Ciudad transparente

El lugar que parece ser la salvación y el final de la guerra que plantea la novela es ‘Ciudad transparente’, un espacio en el que todo está construido de cristal, nunca oscurece y absolutamente todo lo que sucede se encuentra siempre en el ojo público.

Esta falta de privacidad la relaciona el autor con lo que sucede en las redes sociales, Loriga comenta que el fenómeno 'ha cambiado la manera en la que entendemos las relaciones sociales, la manera en que nos entendemos a nosotros mismos y sobretodo, la forma en que construimos nuestra identidad. La intimidad es una de las capas de la cebolla más pegadas al asunto de la identidad'.

Explica el autor que antes la intimidad era protegida, mientras que ahora sucede lo contrario. 'Las redes en principio, se pensó que nacían para contacto, para compartir, pero cada vez más se han vuelto un mecanismo de exhibición personal'.

Esta obra fue elegida como ganadora del codiciado Premio de Novela de Alfaguara por ser 'una historia kafkiana y orwelliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva, una parábola de nuestras sociedades expuestas a la mirada y al juicio de todos'.