Desde su compromiso con el príncipe Carlos cuando era una adolescente, a su papel como madre afectuosa, activista y celebridad mundial, la vida de Diana y su trágico final siguen cautivando en todo el mundo.
Joven, bonita y divertida, parecía un soplo de aire fresco cuando se casó con el heredero al trono británico en 1981, a los 20 años, después de un romance presentado por el palacio y la prensa como un cuento de hadas.
Pero la amarga ruptura de su relación con Carlos, de la que trascendieron detalles íntimos, sacudió los cimientos de la monarquía pero también los suyos.
La imagen de Diana que permanece en la mente de mucha gente es la de la extraordinaria entrevista de 1995 en la que reveló sus sentimientos sobre el romance de su marido con Camila Parker Bowles y su propia aventura extramatrimonial.
El modo en que sacó a la luz secretos de alcoba, despojando a la monarquía de su mística y arrojando dudas sobre la aptitud de Carlos, horrorizó a las clases dominantes y al poder.
Pero a ojos de mucha gente, se hizo más popular y querida.
'Como Marilyn Monroe, está congelada en el tiempo. Era como una criatura atrapada en una pieza de ámbar. Ahí para siempre, bonita, joven, vulnerable y dañada', dijo la biógrafa real, Penny Junor.
Trece citas antes de la boda
Nacida el 1 de julio de 1961, Diana creció en una familia aristócrata con lazos con la monarquía: su padre trabajó para el rey Jorge VI y para la reina Isabel II.
Creció con tres hermanos, cuya infancia estuvo marcada por la ruptura, también conflictiva, de sus padres.
Dejó la escuela a los 16 años sin lograr el título de secundaria, aunque estudió un año más en Suiza, antes de entrar a trabajar en una guardería de Londres.
Su vida cambió drásticamente desde el momento en que se la relacionó con el príncipe Carlos, que a los 32 años le pidió la mano, cuando soportaba presiones para casarse y asegurar la continuación de la línea dinástica.
Diana explicó que sólo habían salido trece veces antes de casarse, pero rápidamente cumplió con su cometido de princesa y alumbró un primogénito al año de casarse, Guillermo. Dos años más tarde llegó Enrique, 'el rey de repuesto', como se conoce al segundo hijo de los reyes o los herederos al trono.
La princesa resultó ser una madre extrovertida y cariñosa, lejos de la sobriedad de su suegra, tenía estilo vistiendo y se comprometía con la defensa de los parias, como los leprosos y los enfermos de sida, a los que estrechaba la mano rompiendo tabúes.
Bajo la superficie, sin embargo, se escondían los primeros problemas, la bulimia, las dudas, todo empeorado por la sensación de que su marido no la quería y al resto de la familia real le importaba poco.