Sara Laskier de Rus, una mujer de no más de 1,50 metros, con su paso cansino y dificultoso por la edad, decidió hacerle frente a la estela de horror que dejó la guerra en su vida.
Sara habla del Holocausto buscando que sus palabras sean un permanente recordatorio para que la memoria del hombre no muera.
A sus 90 años detalla con lucidez todo lo acontecido desde que estalló la Segunda Guerra Mundial en 1939, suceso histórico que dejó una cifra cercana a los 6 millones de muertos a manos del totalitarismo nazi por razones antisemitas.
'Tuve una niñez muy feliz, pero no duró mucho, porque a mis 11 años sentí el pisar de las botas alemanas', recuerda.
La economía de su familia era solvente. Su padre era dueño de un taller de costura y hacía trajes a la medida en Lodz, ciudad Polaca que, a diferencia de otros guetos como el de Varsovia, conoció la resistencia.
'Cuando era niña, teníamos un amigo violinista que le decía a mi padre que mi oído musical era muy fino y me compró un violín. La primera vez que los nazis llegaron a nuestra casa preguntaron de quién era el instrumento. Mi madre contestó que yo estaba aprendiendo a tocarlo y el oficial, después de lanzarle una mirada cargada de odio, le asestó un golpe al violín destruyéndolo por completo, ese fue mi primer encuentro con el régimen', expresó.
En Polonia se respiraba tensión, el maltrato a los judíos aumentaba conforme se afianzaba la propaganda nazi. Cuenta que desde su ventana veía que muchas familias se iban y no volvían. Los trasladaron a un gueto del que les prohibían salir sin la estrella de David. Allí estuvieron hasta que un día un tren vino por ellos, el destino era incierto pero los condujo a un lugar llamado Auschwitz -Birkenau.
Llegaron a Birkenau, el campo de exterminio de Auschwitz, donde no tatuaban a los reos porque se decía que estaban destinados a la muerte. Los hombres fueron separados a la derecha y las mujeres a la izquierda, esa fue la última vez que vio a su padre.
La madre de Sara estaba en embarazo, uno de sus grandes deseos fue tener otro hijo, pero, aunque se colaba en las filas de embarazadas buscando leche para su pequeño hermano, el niño falleció de desnutrición. Su madre hace mucho tiempo no se alimentaba bien y estaba cada vez más enferma. Un día desapareció de las barracas, y Sara, al buscarla, halló a una mujer desnuda, muy delgada, rodeada de humo y con la cabeza rapada. Al preguntarle por su madre, esta le contestó: 'Hija, soy tu madre, ¿no me reconoces?'. El terror que la embargó le hizo dudar si lograrían salir con vida de ese lugar.
Tiempo después los alemanes buscaban trabajadoras para una fábrica de aviones y se llevaron a 1.000 mujeres de Auschwitz. 'Trabajé pelando papas. Tuve la suerte de comerme una papa cruda y así ayudé a las personas que trabajaban conmigo, me escondía las papas en mi vestido para llevarles algo que comer'.
En 1944 eran cada vez más fuertes los rumores de que se acercaban los aliados. Poco tiempo después, Sara volvió a los vagones del tren para llegar esta vez a un campo de concentración no menos mortal: Mauthausen, en Austria.
El 5 de mayo de 1945, fecha que Sara recuerda con excitación, llegó el ejército norteamericano y liberó el campo. Los nazis trataron de ocultar evidencias quemando la documentación de los desaparecidos. Se presume que 80.000 personas murieron en ese lugar y solo de 40.000 se hallaron registros.
Luego de sobrevivir a la guerra se reencontró con un joven de nombre Bernardo, a quien conoció en el gueto y que también fue liberado por los Aliados de un campo de exterminio. La pareja de supervivientes se casó con la esperanza de un nuevo comienzo, así emigraron a la Argentina pasando la frontera con Paraguay.
En 1950, luego de pensar que tras un accidente en la fábrica Sara no podría tener hijos, nació Daniel, quien simbolizó para ellos ‘un milagro’, y cinco años más tarde nació Natalia, su segunda hija.
En Argentina, Daniel fue el mejor de su clase. Enamorado de la ciencia, egresó como físico nuclear y llegó becado a la Comisión Nacional de Energía Atómica.
Durante la represión militar de la última dictadura en Argentina, en el denominado Proceso de Reorganización Nacional, empezaron a presentarse en ese país crímenes de lesa humanidad y desapariciones. El 15 de julio de 1977 Daniel no regresó a su casa. Después de recorrer hospitales y comisarías sus padres se enteraron de que lo habían secuestrado.
Sara se unió a las Madres de Plaza de Mayo, emblemáticas mujeres de pañuelos blancos que reclamaban frente a la Casa Rosada -el palacio de Gobierno-, justicia e información sobre sus seres queridos.
'Mi madre, quien sobrevivió el Holocausto conmigo, murió después de la desaparición de mi hijo, y mi esposo dijo que si no aparecía moriría en seis meses y así fue. Daniel me decía ‘mamá vos sos tan fuerte’ y yo no pude hacer nada para protegerlo', expresó con los ojos cristalizados por las lágrimas que se disiparon casi de inmediato por su inquebrantable fortaleza.
Sara Laskier de Rus viaja por el mundo contando su historia para que no se repitan episodios tan oscuros como los de aquellos días. Hablarlo es su proceso de sanación, una catarsis que vive cada vez que lleva a los jóvenes su mensaje de resiliencia.
Esta mujer de voz pausada y mirada serena participará en el VII Congreso sobre la Shoa que se realiza hoy en el Colegio Hebreo Unión.
'No hay venganza ni rencor en mi ser, solo existe la memoria. La vida es muy hermosa para desperdiciarla y quejarnos por lo que nos tocó vivir, por eso traigo este mensaje. Tengo cuatro bisnietos de los que disfruto todos los días y quiero decirle al mundo que hoy soy inmensamente feliz', concluyó.