La puerta de vaivén marrón se abría y cerraba sin detenerse, y su rechinar daba la voz de alerta a los comensales de que había órdenes humeantes a punto de salir de la cocina hacia sus mesas, transportadas por las manos ‘gigantes’ de hombres y mujeres que, cual malabaristas, equilibraban platos y vasos en las bandejas.
'Esto es un circo, en el buen sentido de la palabra', me dijo con una sonrisa Ana Linero, la administradora del restaurante El Pulpo Paul, negocio que aceptó la solicitud de EL HERALDO (a ese y otros establecimientos de la ciudad que por distintos motivos no acogieron la propuesta) para vivenciar un día como mesero. 'Ellos son payasos, acróbatas, magos, sirven y hacen reír a las personas que vienen a comer acá'.