Eliminar ese imaginario de que el hombre está para proveer, proteger y poseer. Que la hombría se mide por la cantidad de hijos y mujeres. Que cuando una joven llegue a un supermercado a comprar una caja de condones no sea vista como una cualquiera. Incluso el hecho de pensar que el colegio es un 'supermercado de mujeres'. Todo eso pasó a ser prioridad en la vida del profesor Luis Miguel Bermúdez.
Es docente del colegio Gerardo Paredes, en Bogotá, y estuvo presente en Barranquilla durante el VII Congreso Nu3 de lactancia, nutrición y desarrollo con el caso de éxito ‘Cero embarazos tempranos’, hasta ahora su gran logro y por qué no, su motivación para empezar cada día.
Él cree que el mayor éxito del currículo de educación sexual que diseñó para sus estudiantes no es el de reducir el embarazo adolescente sino el de eliminar de raíz –tras un largo proceso- la violencia de género. En sus palabras: 'Destapar la olla y darse cuenta de que nos obligaban a tratar lo superficial. Atrás es donde está la podredumbre donde está la problemática'.
Todo comenzó cuando entró al colegio, en 2012, era director de grupo de séptimo. En ese momento era muy común el embarazo a temprana edad, era naturalizado.
En educación, ser director de grupo hace, según él, que esos chicos se conviertan en su vida durante ese año. Fue por esos niños que se puso una primera meta: en su curso no habría ningún embarazo. Y así fue. Sin embargo no todo pintaba tan bien para el año siguiente.
A comienzo de año vio en la portería del colegio un coche doble con gemelos que, en sus palabras, parecían muñequitos. Preguntó por la mamá y se dio cuenta de que era una de las estudiantes que había tenido en su grupo el año anterior. 'Es decir, la fecundación se dio en mi curso y ella no sabía que estaba embarazada', recuerda. Entonces se dijo que algo debía cambiar.
Ese año el Ministerio de Educación lanzó su programa de educación avanzada para docentes. Su tema de tesis estaba claro y su método también. No sería el enseñar cómo usar el condón, él creyó que con la educación se podía.
Ese fue el origen, en 2013, del proyecto de curricularización de ciudadanía sexual.
¿HUMILLADAS POR SER EMPODERADAS?
'Usted es una perra, bájese esa falda que se lo va a dar a todo el mundo, es una puta', era el discurso en las mujeres. En los hombres la situación era similar, 'parece marica, severa flor, usted es gay'.
Tomando las horas de ética y religión el proyecto se puso en marcha. En seis meses la tasa de embarazos, que anualmente era de 70, se redujo en un 50%. Una sorpresa para él, los directivos y los mismos estudiantes.
La idea no es que sus estudiantes no tengan relaciones sexuales, para él eso 'es una pelea perdida y es ir contra la naturaleza', lo que busca es crear un empoderamiento del cuerpo.
Para eliminar el fenómeno había que ir a la cultura, a los lazos históricos que habían avalado el machismo y la violencia de género en nuestras familias.
'Muchas me decían que ‘si a mi mamá le digo que a los 15 años voy a empezar a planificar me dice que se lo voy a dar a todo el barrio’. Una adolescente que planifica es mal vista por sus papás, las compañeras pensarán que les quitará los novios, los compañeros dirán que es la fácil y le gusta dar sexo a todos, o con el mismo novio que piensa que le será infiel'.
El acceso a los métodos anticonceptivos tampoco es fácil. 'Las niñas recibían sermones de las cajeras de los almacenes o las droguerías las amenazaban con ir al colegio y decir. Las EPS mandaban mensajes diciendo que yo era un irresponsable promoviendo que tuvieran relaciones', cuenta con preocupación el docente.
'¿Humilladas por ser empoderadas?', pregunta el profesor, que seguidamente cuenta que muchas le pedían dinero a sus mamás para un condón y llegaban al colegio con el ojo morado. 'Esa violencia hacia el cuerpo de la mujer es lo que tenemos que acabar porque va muy ligado con el embarazo a temprana edad'.
En conclusión, la adolescente responsable no es vista como una empoderada sino como una mala mujer, como el inicio de una vida perdida. Fue entonces cuando buscaron que cambiaran las mentalidades de la comunidad escolar, familias y ciudadanía, para crear una cultura amable hacia ellas, 'ese ha sido el mayor de nuestros logros y retos'.
UNA VIDA PARA ESTO
'El mayor de mis sobrinos fue un embarazo a temprana edad. También viví esa situación y todo el drama que significa para la familia que su niña tenga este embarazo', cuenta el ‘profe’ que no tiene hijos, pero su vida está destinada a ser el papá de muchos estudiantes.
Hasta junio de 2017 se presentaron en Colombia 64.040 nacimientos con madres entre los 10 y 19 años, según cifras entregadas por el Dane.
De ese número, 2.705 son nacimientos con madres entre los 10 y 14 años y 61.335 entre 15 y 19. La última cifra es más alta que los nacimientos que se presentaron en el grupo de edad de 30 a 34 años (49.664) y de 35 a 39 años (27.018).
El proceso se dio hace siete años. Luego del éxito de los seis meses se amplió el currículo a todos los grados hasta llegar al punto de tenerlos controlados.
Pero ahí no pararía su labor. El barrio San Cayetano, donde queda el colegio, ahora es llamado con gracia ‘Cartagenita’ por la cantidad de familias costeñas que han llegado.
'Cuando llegó la migración me tocó hacerle ajustes al currículo. La cultura de la Costa tiene sus diferencias, son supremamente machistas. Me costó un retroceso en los logros que habíamos tenido y se generaron muchos conflictos'.
El hombre de la Costa no acepta un no como respuesta, continúa Bermúdez, 'y utiliza la violencia para someter a la mujer'. Incluso muchos empezaron a cuestionar a los que ya estaban en el colegio diciendo que son poco hombres 'y viendo gais por toda parte. Era un choque en nuestra cultura escolar'.
'El chico de la Costa abiertamente dice que ser hombre es tener muchos hijos, y uno les pregunta que cómo los va a mantener y responde que para eso está la mujer. Dicen que la hombría es tener muchos hijos y no responder por ellos, ha sido difícil y complicado expresarles que ser hombre no se mide por la cantidad de mujeres o hijos, pero lo hemos logrado', dice.
En el proceso se dio cuenta de que el trabajo debe empezar con las niñas cuando les llega la primera menstruación porque allí es donde comienzan a sentir la violencia de género.
'Ellas nombraron la diferencia de lo que sentían cuando eran niñas y cuando se desarrollaron. Luego del desarrollo era una vigilancia extrema, las mamás ponían calendarios en el baño para controlar la menstruación, o lo primero que les dijeron fue que no querían embarazos'.