Por estos días finales de noviembre, que entre lluvias y lluvias nos dejan ver ese inconfundible cielo azul con el que se vestirá diciembre, recordamos con inmensa gratitud y nostalgia la figura serena y apacible del profesor Jesús Sáez de Ibarra, quien desembarcara en Barranquilla en 1969 con su musa, Emilia Sánchez, provenientes de la entonces España franquista a hacer la América en nuestro suelo.
Al evocar la prolífica vida del profesor Sáez de Ibarra no podemos dejar de agradecer el que el azar del destino lo haya traído a nuestra ciudad. Alguna vez escribió el profesor que a los seis años de edad en su Bilbao natal jamás se hubiera imaginado que veintisiete años más tarde aterrizaría en esa ciudad, cuyo extraño nombre escuchó por primera vez en una canción que hablaba de un hombre caimán...
Aquí en Barranquilla vivió, luchó y murió. Aquí trazó su parábola vital: sembró muchos árboles, tuvo dos hijos y escribió varios libros. Aunque con solo eso hubiera bastado para haber dejado una huella imperecedera, el profesor Sáez de Ibarra hizo escuela en nuestro medio: participó en la fundación de la Universidad Metropolitana, fue Cónsul Honorario de España, y desarrolló una invaluable labor cultural en diferentes escenarios de la ciudad.
En estos tiempos de inmediatez y vacuidad de las palabras echamos de menos la exquisita pluma del profesor. Poseía el profesor Sáez de Ibarra una escritura fina, elegante, sobria, donde una palabra nunca estaba de más. Sin mayores preámbulos o circunloquios, sus escritos iban directamente al punto central de sus planteamientos, fueran estos filosóficos, literarios, poéticos, o se tratara de la simple evocación de un feliz recuerdo de infancia. Su erudición jamás fue pretenciosa, por el contrario, siempre se hallaba al servicio de la claridad de sus ideas, de sus reflexiones.
Todo un generoso legado nos dejó el profesor Jesús Sáez de Ibarra, que hoy rememoramos con honda gratitud, por haber luchado todos los días de su vida por una Barranquilla mejor, su ciudad.