Es común escuchar a muchos adultos decir que 'gracias a la correa' no se volvieron delincuentes. Ese viejo concepto de que 'la letra con sangre entra' hace que el castigo físico siga siendo una alternativa a la que los padres recurren para disciplinar a sus hijos.
'Nadie se ha muerto por un chancletazo', 'cuando niño me pegaron y no me traumé', 'mis papás me corrigieron y aprendí buenas costumbres', 'por la correa no me perdí', son algunas opiniones de barranquilleros que afirman que una reprensión de vez en cuando contribuye a la buena crianza de los menores.
La Unicef determinó en un estudio que el castigo físico en los niños es la forma de 'disciplina violenta' más utilizada en el mundo y que el 80% de los menores cuyas edades oscilan entre los 2 y los 14 años han recibido algún tipo de castigo físico.
Pero, ¿el castigo físico educa o genera que los niños se vuelvan problemáticos? Según la psiquiatra infantil y adolescente Pilar Arroyabe los golpes pueden generar en los niños alteraciones en la autoestima y comportamientos agresivos. 'El castigo físico no refuerza la obediencia, por el contrario podría desarrollar más rebeldía', manifestó.
Por su parte, para Farid Carmona, docente e investigador de la Universidad Simón Bolívar, psicólogo y Ph.D en Ciencias de la Educación, la violencia no puede asociarse nunca con educación porque aunque esta sea leve y en sus inicios se manifieste de forma pasiva, en algún momento también puede darse de manera abrupta.
'Es más fácil la palmada que la paciencia que debe tenerse como padre. La palmadita se asocia a algo malo que el niño ha hecho y esto puede configurar en él una vivencia culposa puesto que la noción del bien y el mal que tienen los niños no es la misma de los adultos', agregó.
El Comité de los Derechos del Niño de la Unicef en su Observación General Nº 8 párrafo 11 definió la reprensión 'corporal o física como todo castigo en el que se utilice la fuerza física y que tenga por objeto causar cierto grado de dolor o malestar, aunque sea leve. En la mayoría de los casos se trata de pegar a los niños (manotazos, bofetadas, palizas), con la mano o con algún objeto —azote, vara, cinturón, zapato, cuchara de madera, etc. Pero también puede consistir, por ejemplo, en dar puntapiés, zarandear o empujar a los niños, arañarlos, pellizcarlos, morderlos, tirarles del pelo o de las orejas, golpearlos con un palo, obligarlos a ponerse en posturas incómodas, producirles quemaduras, obligarlos a ingerir alimentos hirviendo u otros productos. El Comité opina que el castigo corporal es siempre degradante', señala la organización.
Un análisis sobre el castigo físico –especialmente palmadas (golpes con mano abierta)– realizado en el 2016 por la investigadora Elizabeth Gershoff y Andrew Grogan-Kaylor, de la Universidad de Michigan, publicado por el Journal of Family Psychology analizó la conducta de 169.927 niños de más de 70 países y encontró resultados casi consistentes en sus comportamientos.
Los científicos determinaron que los niños víctimas de castigo físico eran proclives a padecer baja internalización moral, agresión, conducta antisocial, comportamientos problemáticos en torno a las reglas, problemas de salud mental, relaciones conflictivas con sus padres, baja autoestima, deficiencias en las funciones cognitivas, temor, desobediencia, retraimiento social, actitud positiva acerca del castigo físico en la edad adulta.
¿Obediencia o miedo?
Fernanda Restrepo, directora de la Fundación ‘Ni una palmadita’, afirma que el castigo físico solo le enseña al niño a tenerle miedo a quien lo golpea.
'La consecuencia de los golpes es que el menor va a relacionarlos con el poder. Por ello, él va a creer que cuando alguien tenga más poder que él lo puede maltratar. En pocas palabras, va a pensar que existe una justificación para ser violentado. Muchas veces los adultos se confunden y piensan que lo que educa es el castigo físico cuando este lo único que logra es que el niño haga las cosas impulsado por el miedo. Lo que realmente enseña a un niño es el ejemplo que los padres le dan', puntualizó.
Según Restrepo, la fundación Ni una palmadita se dedica a prevenir el maltrato infantil y abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes desarrollando estrategias de crianza respetuosa y disciplina positiva.
'Estas estrategias les permiten a los adultos a cargo de los pequeños criarlos, disciplinarlos y potenciar sus habilidades sociales sin necesidad de recurrir a la violencia o la permisividad que puede convertirse en negligencia', sostuvo.
Establecer límites
Yei Medrano, pedagoga creativa trabaja la educación basada en las artes. El diálogo con los pequeños es uno de los ejes centrales de su estrategia educativa porque en sus palabras los pequeños 'piensan, proponen y trabajan activamente' y qué mejor estimulante para sus capacidades que las artes en general. Para ella es un error que los padres intenten corregir a los niños cuando ambos están sujetos a emociones fuertes o ánimos alterados, y aunque dice no ser partidaria de los castigos sostiene que los padres deben agotar todas las herramientas a su alcance antes de llegar a la palmadita
'Es indispensable buscar el momento adecuado para corregir, hacerlo con amor, respeto, agotar el diálogo y otras herramientas que tienen los padres como el contacto visual –y en él va implícito la comunicación afectiva y efectiva que tengan con sus hijos–, el manejo del tono de voz y ponerse en los zapatos del niño. Los padres deben establecer límites y si después de todo este trabajo con el niño aún se muestra desafiante la palmadita se hace necesaria', expresó.