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A Carmen Rebolledo, una mujer sindicada por extorsión, y a Luz Adriana Díaz, una bogotana especialista en alimentos y bebidas residenciada hace dos años en Cartagena, Interno, el restaurante que funciona en pleno corazón de la cárcel de San Diego, les cambio la vida.

Desde dos ángulos opuestos. La primera detrás de las rejas a la espera de recibir una condena, y la segunda liderando el proyecto de resocialización que desarrolla la fundación Acción Interna en la cárcel de mujeres de Cartagena; las dos mujeres han encontrado en este restaurante la forma de sanar heridas, de darle un nuevo sentido a sus vidas.

'Cuando yo llegué a Cartagena acababa de perder a mi hijo Antoine de cáncer. Era un tema del que yo no podía hablar, porque el corazón de una madre queda roto para toda la vida. Yo llegué aquí y en ese proceso de adaptación, de encontrarme con muchas historias de madres como yo que habían perdido a sus hijos, y de conocer tantas formas de vivir distintas a la mía, sin darme cuenta empecé a sanar', relata con voz pausada Luz Adriana, al tiempo que entrega más detalles de cómo fue poner en marcha hace un año y cinco meses el primer restaurante del mundo al interior de una cárcel.

Luz Adriana llegó al proyecto que hoy es el cotizado restaurante Interno, por petición de Johana Bahamón. Allí dedica día y noche a que decenas de personas de todo el mundo 'alimenten su alma' visitando este restaurante en el que reclusas cocinan y atienden a los comensales.

'Un día faltando muy poco para abrir, me di cuenta que ya podía recordar a mi hijo sin llorar. Fue cuando aprendí que cuando uno cree que no tiene nada que dar, es cuando tiene el corazón más lleno de amor. Yo pensé que estaba vacía, rota, pensé que estaba seca, y me redescubrí en este lugar', contó, pero esta vez con una gran sonrisa.

Muy cerca de Adriana, a escasos metros en la cocina de Interno, Carmen Rebolledo alista los cocos y los plátanos con los que preparará el típico arroz de coco y los chips que adornaran los platos. Carmen está sindicada por extorsión, y el próximo 29 de mayo estará en audiencia a la espera de que le concedan casa por cárcel para reunirse después de dos años con sus ocho hijos en Barranquilla.

'A mí Interno sí que me cambió la vida. Cuando yo entré aquí pasaba llorando y durmiendo para olvidarme de todo. Ahora aprendí un arte, que es la cocina, y por eso quiero salir de aquí a cumplir todos esos sueños y seguir adelante', dice con firmeza.

El tiempo de nostalgia y tristeza pasó para la mujer oriunda de Urumita, La Guajira. Carmen no se siente tras las rejas.

'Estoy trabajando y aprendiendo a encausar mi vida para educar a mis hijos'. Admite que se equivocó, pero agradece, con voz entrecortada, que la vida le haya dado una segunda oportunidad, y que especialmente le permitiera encontrar su pasión, su verdadera vocación.

'A veces uno comete errores porque no sabe lo que quiere y lo que busca en la vida. Desde que yo llegué a la cocina, me di cuenta que esto era lo mío. Yo vengo al restaurante a las 9 de la mañana, regreso a mi celda a las 5:30 de la tarde, me alisto y regreso de 7 a 11 de la noche. Y soy feliz, porque estoy haciendo lo que me gusta', describe la mujer, que al igual que otras de sus compañeras completa su proceso de resocialización a través de este taller productivo en Interno y en el que las reclusas reciben formación en culinaria, manipulación de alimentos, atención y servicio, panadería, repostería, entre otros.