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Sin querer o queriéndolo, Gabriel Acuña es un constructor de ecos. Sus grabados se imprimen, se repiten y luego mueren, como mueren las ondas que se propagan y desaparecen tras una 'líquida profanación'.

'¿Por qué repetir imágenes?', se pregunta este artista barranquillero, maestro de Artes Plásticas, grabador, poeta, ilustrador y museógrafo, que planea romper la estructura convencional de presentación de obras en la Galería de la Plaza de la Paz con la primera instalación en exposición: Summa.

'Es una reflexión sobre el porqué del grabado, que no es una pintura única, sino que se repite. Está en los movimientos políticos y en la publicidad, en reproducir arte. Su destino es llegar a las masas, ser ubicuo y poder estar en varios lugares a la vez', expresa Acuña.

La gran contradicción radica en que sus piezas, diversas y apasionantes, no cumplían con esa ley de reproducción y más bien impugnaba el hecho del grabado. Entonces, reconoce, Summa se trata de un 'mea culpa'.

'Ahora sí van a cumplir su función', dice el artista. Por eso superpone más de 20 matrices y más de 300 impresiones, sin aparente relación entre una y otra, en 23 metros lineales de mural blanco para que cada imagen pueda jugar a su forma, indefinidamente y con abierta contradicción.

La instalación, que tendrá apertura mañana, a partir de las 7 p.m. en la Galería de la Plaza de la Paz, será presentada de una manera no convencional porque aquí los asistentes, amantes de las artes, no encontrarán piezas enmarcadas ni colgadas en las paredes. Aquí el artista invade el mural con sus grabados adheridos a él, justo en el borde de la pared.

La instalación está compuesta de imágenes de todo tipo. Desde ilustraciones inspiradas en el diccionario Larousse hasta personajes emblemáticos que han marcado la carrera artística de Acuña como lo han hecho, con su humor inolvidable, Charles Chaplin, el mago escapista Harry Houdini o el violinista italiano Niccolò Paganini.

'Lo que hago ahora es jugar. Los grabados van directo al muro y se combinan entre ellos. No hay un texto ni un discurso que mande, sino la relación, como si fueran texto, son los que arman el discurso final', explica Acuña.

Así, el inventario de matrices se encuentra y adquiere un sentido único para quien lo aprecia. Un niño argentino que recicla en una carretilla termina convertido en dinosaurio, o un sicario en una moto Harley Davidson, encara a un caballo de Troya.

Por eso, Acuña siente que su obra tiene algo de biblioteca de Babel, el cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges, en el sentido que si se tuviera una coma más o una de menos, entonces ya sería otro cuento.

Que cada imagen muera, añade, hace que el grabado sea 'la metáfora de lo que debe repetirse', como los días, la respiración, los latidos o el parpadeo.

'Como un déjà vu, ensayando para tallar la historia y todo lo que requiere la paciente insistencia de no morir hasta que muere... y se concluye la serie'.