Compartir:

Por: Jennyfer Solano Betancourt

'Mi alma se congela en esa perturbadora escena'. A Mónica Dawidowicz la dejaron en la habitación de una vivienda en un gueto de Lida, ciudad que pertenecía a Polonia. El ejército nazi revisaba casa por casa para fusilar a los judíos que no hubiesen atendido al llamado. A ella no la mataron. A sus padres sí, pero no aquel día.

En la primera acción de los nazis en Polonia mataron a 70 judíos en la plaza pública, crearon el gueto y despojaron de sus viviendas a toda la convención judía. En la segunda acción, los padres de Mónica cambiaron la incertidumbre por el riesgo. Se escondieron en el sótano y a ella la dejaron en el cuarto. 

— ¿Cómo habrán podido resistir allí abajo, transidos de miedo y pena? —Se preguntó y desgarró la confusión con una sentencia—: Yo era la voz de su sangre y los llamaba.

A los padres de Mónica, los Mowszowicz, ese día el miedo les usurpó el riesgo. Se escondieron con ellos, sus otras dos hijas, otras familias y niños, y por temor a que el llanto de su recién nacida provocara el fusilamiento instantáneo de todos, la abandonaron en la habitación. 

En el marco del VIII Congreso Estudiantil sobre la Shoá: Talentos truncados, en el Colegio Hebreo Unión de esta ciudad, Mónica Dawidowicz, de 71 años, con gran parsimonia, comprensión, casi sin inmutarse y sin separar tanto un labio del otro para hablar, con las manos en reposo sobre las piernas, dice que 'en situaciones extremas se toman decisiones extremas'. 

En ese mismo acto, otro de los invitados, el juez Franco Fiumara, explicó que Polonia había dejado de ser el 'paraíso judío' de 1334 bajo el gobierno de Casimiro III el Grande, quien a través del estatuto Wislicki amplió los derechos de todos los judíos polacos, los que les fueron arrebatados posteriormente por Endecja, un movimiento político de derecha y antisemita. 

Lo que siguió después fue la guerra. Los obligaron a dejar sus viviendas y así fue como los padres de Mónica cerraron por última vez las puertas de su casa. Con un pequeño equipaje, el gato de su hermana Ester y la bebé en el vientre, partieron a los guetos de Lida. 

La orden ya había sido dada, todos los judíos tenían que estar concentrados para que fuese más fácil el exterminio.