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Mateo, un bebé de año y medio, llora cada vez que pierde a su mamá de vista. 

Se entretiene con juguetes, con la televisión y con música. Da pequeños pasos explorando su alrededor, tocando objetos, e incluso metiéndose a la boca cualquiera que tenga una forma o textura atractiva para su curiosidad. No obstante, cuando desaparece la presencia materna —por hacer teteros, cocinar o alguna otra labor por pequeña que sea— Mateo estalla en llanto. 

Su madre, Marianella Jiménez, dice sentirse 'preocupada' por el apego que tiene el niño hacia ella, pues en unos cuantos días empezará en la guardería. 

'Es muy duro como padres desprendernos de nuestros hijos, sobre todo cuando son tan pequeñitos. Es un proceso de adaptación, creo que lo principal es mentalizarse, pensar que al niño no le está pasando nada, que está bien y que ese proceso es parte del crecimiento y desarrollo', afirmó Marianella, madre de dos niños. 

Ana Ramírez recuerda, sin muchas ganas de volver a aquella época, que el primer día en el jardín de su hijo Pablo fue 'una pesadilla'. 

'No paró de llorar y así tardó cerca de un mes hasta que se acostumbró. Fue una experiencia muy traumática', dijo Ramírez, quien confesó que ella lloraba más que el niño al dejarlo.