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Siempre entendió que la ciencia debía estar al servicio de la sociedad, por eso el Nobel de Química mexicano Mario Molina, fallecido este miércoles a los 77 años, dedicó su vida a generar conciencia sobre los grandes retos medioambientales del planeta, como el agujero en la capa de ozono o la crisis climática.

Cuando era un niño, José Mario Molina Pasquél, nacido en Ciudad de México el 19 de marzo de 1943, quedó fascinado al observar con un microscopio de juguete los microorganismos en una gota de agua, por lo que convirtió el baño de su casa en un laboratorio improvisado.

Así inició su carrera de químico que lo llevó a formar parte del selecto grupo de mexicanos galardonados con el Premio Nobel, junto con el diplomático Alfonso García Robles, Nobel de la Paz 1982, y el escritor Octavio Paz, Nobel de Literatura 1990.

Molina y el científico estadounidense Frank Sherwood (1927-2012) recibieron el Nobel de Química en 1995 gracias al estudio publicado en la revista Nature en 1974 en el que ambos previeron que la emisión de gases clorofluorocarbonos (CFC) provocaría un agujero en la capa de Ozono.

El científico mexicano descubrió que los CFC, usados en refrigeradores y aerosoles, se descomponían en la estratosfera liberando una alta concentración de átomos de cloro que destruirían la capa de ozono facilitando la filtración de rayos ultravioleta a la Tierra.

Esto provocaría enfermedades y graves afectaciones en los ecosistemas, alertaba el estudio de Molina, licenciado en Ingeniería Química por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1965, maestro por la Universidad de Friburgo en 1967 y doctorado por la Universidad de California Berkley en 1972.

Gracias a su descubrimiento, se logró un consenso internacional para la adopción del Protocolo de Montreal de 1987, que prohibió el uso de gases CFC logrando estabilizar los niveles de ozono, que siguen recuperándose a día de hoy.

De esta forma, Molina se convirtió en toda una autoridad sobre el medioambiente y recorrió el mundo haciendo pedagogía sobre la crisis climática, rebatiendo con argumentos científicos a los negacionistas del cambio climático.

El químico mexicano usó todos los foros de los que dispuso para exigir un nuevo y exitoso consenso internacional, como el que hubo con el Protocolo de Montreal, a fin de reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero y evitar un catastrófico aumento de 2 grados en la temperatura del planeta.

Su reconocimiento y prestigio lo llevó a la Casa Blanca en 2011, donde formó parte del Consejo Asesor de Ciencia y Tecnología del presidente Barack Obama (2009-2017) junto a otros 21 científicos.

De hecho, el mismo Obama fue quien condecoró a Molina con la Medalla Presidencial de la Libertad, considerada la distinción civil más alta en Estados Unidos, siendo el primer mexicano en recibirla.

Un gesto que repitió el mandatario francés François Hollande (2012-2017), quien en una visita a México en 2014 condecoró a Molina con la Orden Nacional de la Legión de Honor.

Enseñar fue una de las grandes pasiones del mexicano, quien ejerció como profesor e investigador en la Universidad Nacional Autónoma de México (1967-1968), en la Universidad de California Irvine (1975-1979), en el Instituto Tecnológico de California (1982-1989) y en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (1989-2004).

Mario Molina recibió más de 30 doctorados 'honoris causa', además de ser un miembro destacado de la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano, del Colegio Nacional de México, la Academia Mexicana de Ciencias y la Academia Mexicana de Ingeniería, entre otras.

En 2005 fundó un centro de investigación de políticas públicas que lleva su nombre, el Centro Mario Molina, ubicado en Ciudad de México, donde realizó estudios estratégicos sobre energía y medioambiente, con especial atención al cambio climático y la calidad del aire.

A pesar de su avanzada edad, durante los últimos meses fue muy activo en la defensa del uso del cubrebocas para prevenir contagios de COVID-19.