En los titulares de los periódicos del fin de semana aparecieron noticias perturbadoras sobre el empantanamiento de la paz y al estancamiento de la industria.
El sector industrial está pidiendo a gritos una transformación y Colombia se está jugando su futuro en la mesa de negociación de la paz.
Este proceso pasa por un momento crítico en el que la incertidumbre ha hecho que algunos sectores políticos, y miembros del alto gobierno notablemente traten de mantenerse ajenos al desenlace de las negociaciones de la Habana ante el riesgo evidente de que fracasen. Algunos de ellos han ido más lejos y, le piden al gobierno retirarse de la mesa. Ojalá tome decididamente el curso opuesto.
Sin haber concluido la negociación entre el gobierno y las Farc sobre el problema de tierras, que es el que tiene a muchos propietarios al borde de un ataque de nervios, ellos y los gremios que los representan están interesados en que el proceso se descarrile y no avancen las propuestas de distribución de tierras y las reformas en el sector agropecuario.
Perciben que si se llega a un acuerdo sobre estos aspectos, el escepticismo y la ansiedad de la gente se reducirán y la probabilidad de éxito aumentaría más que proporcionalmente. No es extraño entonces que en este momento se hagan públicas tantas objeciones porque estamos muy cercanos a saber qué rumbo coge este intento de encontrarle una salida negociada al conflicto.
El gobierno, en lugar de dar la impresión de no estar seguro qué camino debe coger, debería estar reafirmando con señales claras que ya tomó la decisión y que se debe crear un consenso nacional sobre la resolución del problema de tierras porque la situación de desigualdad y atraso en el campo colombiano no corresponde a las aspiraciones del país de salir del subdesarrollo ni concuerda con un sentido elemental de justicia.
Una solución del conflicto en el corto o mediano plazo también tiene un gran valor económico. El Embajador de Estados Unidos hace referencia a esto en la entrevista con Yamid Amat diciendo que si se llega a un acuerdo entre el gobierno y la guerrilla en la Habana, el país, que se encuentra en uno de sus mejores momentos, puede despegar definitivamente. Efectivamente, si se alcanza la paz, la economía podría crecer fácilmente uno o dos puntos porcentuales anuales adicionales.
Dependiendo de la tasa de descuento que se aplique, el valor presente de este crecimiento adicional a perpetuidad puede acercarse al valor actual del PIB del país. Este es el costo de oportunidad de la guerra y debería ser una razón poderosa para que los que se oponen a la paz negociada cambiaran de opinión o por lo menos se sosegaran.
Adicionalmente es urgente e indispensable que no ocupemos del estancamiento de la industria, la otra noticia que nos preocupó durante el fin de semana.
Es evidente que por más que crezcan los sectores minero y agropecuario, y cada vez se emplee más gente en el sector servicios, la economía no va a progresar adecuadamente si la industria no coge impulso y da un gran salto adelante.
También es evidente que con la actual política industrial esto no va a suceder. Los sectores que aparecían entre los más dinámicos y más promisorios en el balance del sector industrial de 2011 elaborado por el DNP en diciembre de ese año, que son los de mayor contenido técnico, son los que menos crecieron en 2012, mientras que los tradicionales (confecciones, bebidas, hierro y acero, lácteos) fueron los de mayor crecimiento. Algo estamos haciendo mal.
Por Rudolf Hommes