El martes 20 se le rindió solemne homenaje a la memoria del expresidente Alfonso López Michelsen, en el Aula Máxima del Externado de Colombia, en Bogotá, por parte del Partido Liberal colombiano y de su novel director Simón Gaviria Muñoz, al cual fui honrosamente invitado. Como no pude concurrir al acto, por motivos de fuerza mayor, me atrevo a dedicarle dos artículos a quien fue columnista benemérito de este diario, con carácter permanente, en su edición dominical.

Conocí al Dr. López M. en el mes de septiembre de 1961, cuando inició su campaña electoral para Congreso, a nivel nacional, en Santa Marta, en compañía de Nacho Vives, Natanael Díaz y Aniano Iglesias. En ese año yo era diputado por el oficialismo liberal a la Asamblea del Magdalena, y resolví ingresar, por contestatario, al M.R.L., seducido por el eslogan que utilizaba el líder de ese movimiento disidente liberal, que decía: “Pasajeros de la revolución, favor pasar a bordo”. Desde entonces participé, activa e intensamente, en todas las giras de nuestro grupo en el departamento del Magdalena Grande, al lado del compañero jefe, de doña Cecilia y de su guardaespaldas Romerito. Por ese motivo tuve oportunidad de estar muy cerca de él, de disfrutar sus apuntes mordaces, sus ratos íntimos en las conversaciones privadas, en compañía de todos los dirigentes de mi Departamento, y de apreciar su vena inagotable de humor fino y sus salidas temperamentales.

Recuerdo una vez que recorríamos el Magdalena en vehículos, en compañía del personaje mencionado y de Carlos Caballero, Alfonso Araújo Cotes, Aníbal Martínez Zuleta, Edgardo Pupo y Efraín Quintero, en una intransitable ruta de Pivijay a Valledupar, donde yo ocupaba asiento en el campero de Efraín, que hacía las veces de campanero, anunciando la inminente llegada del compañero jefe, para que no se desintegraran las concentraciones populares. Fue así como llegamos primero a Codazzi, cuando unos borrachitos me confundieron con nuestro caudillo y comenzaron a babosearme, estrujarme, fumigarme con saliva de ron en la cara, y me gritaban: “Aquí tenemos al hombre, ‘nojoda’, ¡igualito a su papá! Viva el Partido Liberal, carajo! Viva el M.R.L., viva Alfonso López Michelsen. Yo estaba feliz con esa confusión, porque en esa etapa de mi vida pública todavía no había salido del anonimato regional, y le seguí la corriente a los despistados copartidarios. Pues bien, en Valledupar a la hora del sancocho, en casa de Edgardo, le comentó Efraín Quintero, entre ramilletes de acordeones vallenatos, al Dr. López M. el episodio de Codazzi, quien imperturbable, con su sarcasmo característico, que medio se le dibujaba en su sonrisa, respondió: “Lo malo no es que se equivoquen los borrachos de Codazzi, lo malo sería que se equivocara también Cecilia”.

Un día cualquiera de la década del 60, nos encontrábamos los dirigentes del MRL del Magdalena, acompañando al Dr. López Michelsen en una gira política por la Ciénaga del Cerro de San Antonio, como a la una de la tarde, con un sol canicular que no se imagina ningún cachaco, así haya leído Cien años de soledad, hablaba el compañero jefe montado sobre una mesa de tres patas sanas y la otra remendada con hojalata, en la población de Concordia, y al lado de la ‘tarima’, recostado, se encontraba un borracho criollo impertinente, quien interrumpía frecuentemente al orador con sus gritos de “Viva el Partido Liberal…carajo!” El Dr. López soportó el chaparrón verbal con paciencia bíblica, y cuando bajó de la destartalada mesa, me dijo: “Hasta hoy sé cuál es el apellido del Partido Liberal, y yo sin entender la frase, pregunté; “¿Cuál?, jefe” y la respuesta cortante y repentina, fue esta, “carajo”, ¿acaso no oía a ese borracho insoportable gritar “Viva el Partido Liberal … carajo, Viva el Partido Liberal… carajo”. Continuará

Por Ricardo Barrios Z.
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