Luego de fumarse un cacho y vistiendo con una minifalda, Sara Tobias bailó eróticamente en cierto bar. Minutos después, fue violada ante la vista de hombres y mujeres. “Ella se lo buscó”, dijo luego la jauría durante el juicio, pero las apariencias son las únicas que no engañan, y lo que ella mostraba era todo lo que ella quería: divertirse bailando.

Dar por hecho lo que se imagina no exime de responsabilidad. ¿Hasta dónde la supuesta provocación de una mujer permite a una sociedad evadir su responsabilidad frente a un crimen? ¿Se trata de un problema de género o de la humanidad? La respuesta está en Acusados, la cinta que le valió un Oscar a Jodie Foster en 1988.

Violar no es golpear: es acceder carnalmente a la fuerza, por lo que –según nuestro código penal– puede ocurrir aun entre parejas casadas que han dormido en la misma cama durante años enteros. Lo importante es que la víctima se sienta violada.

Por eso, más allá de la violación –un delito injustificable, como todos los delitos– el error de Andrés Jaramillo la semana pasada no fue solo culpar a su clienta por usar minifalda, sino también alegar lo que desconocía: que haya habido consenso para abandonar un lugar no significa que lo haya habido para penetrar. De esto solo pueden dar fe las dos partes involucradas.

De otro lado, es cierto que el escándalo hace parte del desahogo diario de este país. Y también lo es que violaciones ocurren a diario, pero esta generó mayor rechazo por el restaurante estrato veinte donde sucedió. Ninguna de las dos razones implica que deba evitarse el debate, pues solo en la medida de la catarsis pública es posible generar cambios.

Así la guerrilla quiera dominar el protagonismo, toda violencia nunca es un tema banal: lo frívolo no es el qué sino el cómo y, en una cultura ancestralmente machista, en la medida en que lo tabú es tema de sobremesa, cala, queda en la mente, enseña a razonar entre el bien y el mal. No sucede de la noche a la mañana, pero solo sucede si se habla.

Va un ejemplo: hace diez años Colombia era mucho más homofóbica. Que no haya hoy una aceptación plena de la homosexualidad no significa que haya tanta homofobia como ayer. Y otro: hace unos años, en Barranquilla una señora fue golpeada a “dangonazos” por su celoso marido. Hubo reproches y tantos regaños como años después, cuando Bolillo hizo lo propio y la senadora Rincón salió a defenderlo. Pero desde entonces, ¿cuántos Bolillo han cambiado su proceder? ¡El mismo señor Dangond, para comenzar!

Las sociedades cambian, aunque –al igual que las personas– lo hacen a su ritmo propio. El solo hecho de que exista debate público ya es ganancia. ¿Cuánto tiempo demora la corriente en horadar la piedra? No importa: al final lo consigue.

De modo que es importante que la gente se queje, grite y patalee porque, así sea flor de un día, permite confrontar éticas y moralidades a más de uno, comenzando por el mismo Andrés Jaramillo quien, según se desprende de sus propias palabras, tenía una idea equivocada sobre la minifalda.

@sanchezbaute