Esta investigación del BID sobre la clase media en América Latina, con énfasis en Colombia, puede generar reacciones opuestas. Por un lado, los que creen que ya vamos rumbo a ser un país de clase media, cuando aun en los países desarrollados desde los años 80 se ha registrado una regresión de este fenómeno, y aquellos eternamente pesimistas que solo ven miseria y desolación en nuestro país.
El estudio, aun con sus limitaciones estadísticas, pues el rango que se toma del valor mediano del ingreso me parece excesivamente amplio (La mediana es un valor donde el 50% del grupo está por debajo y el otro 50% por arriba), muestra que la clase media colombiana responde a un 46,4% de los hogares, la cifra más baja, junto con Bolivia, en la América Latina.
Ello indica que, a pesar de las políticas del estado colombiano, excluyentes de las clases medias, este sector social tercamente ha ido creciendo y uno puede palpar su presencia en cuanto centro comercial se abre en el país. Hasta ciudades menores del Caribe como Valledupar, Sincelejo y Montería registran dinámicas interesantes.
Tener un país con más clase media y pequeños propietarios es sano para la democracia y el desarrollo. Aunque es una clase social tímida e imitativa de las elites, muchas veces tiene una ética de trabajo muy fuerte y es más independiente. El clientelismo político hace su agosto precisamente en los sectores más pobres. Las clases medias suministran líderes y muchas veces encabezan transformaciones sociales profundas.
El estudio revela, con razón, la fragilidad de las clases medias en Colombia. El primer problema que la agobia, producto de la aplicación del modelo neoliberal, es la falta de empleo formal. La clase media se la pasa de contrato en contrato, sin estabilidad laboral, como es el caso de los trabajadores de la salud, servidores públicos de la justicia y educadores privados.
Por otro lado, no tienen acceso a las mejores universidades y son excluidos de las políticas de becas por estar en la mitad. Por último, pagan con dificultades su seguro de salud como “trabajadores independientes” en las EPS, pues la medicina prepagada se ha vuelto inaccesible. Políticas públicas no hay para ellas.
*Profesor de IEEC, Uninorte.