El servicio doméstico retratado en la cinta de Anna Muylaert.

Atendiendo la sesión de preguntas y respuestas después de la presentación de esta película en el Festival de Sundance, se hace evidente que el conflicto de clases inherente al tema del servicio doméstico cobra dimensiones diferentes para el mundo desarrollado comparándolo con los países llamados “tercermundistas”. La manera como se tradujo el título es una muestra de ello, así como la presunción de lo ingenioso e histriónico de ciertas escenas que para los latinoamericanos son pan de cada día. Otra prueba sería mirar las reacciones ante películas como la colombiana Gente de bien (Franco Lolli, 2014) o la chilena La Nana (Sebastián Silva, 2009), que aproximan el mismo tema con otro estilo.

En La segunda madre, Bárbara (Karine Teles) y Carlos (Lourenco Mutarelli) son los típicos patrones buena gente, de avanzada en su manera de pensar, que consideran a su empleada Val (Regina Casé) “parte de la familia”. Val lleva infinidad de años a su servicio en Sao Paulo y diez sin ver a su hija Jéssica (Camila Márdila), a quien tuvo que dejar en el pueblo para conseguir sustento en la gran urbe. Como su condición lo impone, ha compartido mucho más tiempo con Fabinho (Michel Joelsas), el hijo consentido de la adinerada familia, a quien vio crecer y trata como si fuera propio, considerándose su confidente y aliada incondicional.

Pero “¡por el amor de Dios!”, hay una línea muy clara que no se puede cruzar, y Val parece tenerla incorporada en sus genes. Ella sabe que debe cuidar los niños en la piscina pero nunca bañarse en ella. Sabe que no comerá en la mesa del patrón ni consumirá la misma comida; tampoco usará los mismos platos ni los mismos cubiertos, y menos aún dormirá en un cuarto diferente al minúsculo espacio designado por planos a la servidumbre – triste complemento a los mandamientos para gente como ella.

Pero cuando Jessica aparece de visita en casa, las cosas se empiezan a complicar. A pesar de que tiene el consentimiento de Bárbara y Carlos para hospedarse mientras presenta sus exámenes de admisión en la universidad, la misma a la que aplica Fabinho (“¡cómo han cambiado las cosas!” comenta Bárbara), nadie se espera que su comportamiento cuestione el orden establecido. Es así como ante la mirada atónita de Bárbara y de Val, los conflictos generacionales y de clase empiezan a aflorar.

Jessica, que ha crecido sin padres, es muy independiente: llama a Val por su nombre propio y no tiene ninguna inhibición para ocupar el cuarto de huéspedes que Carlos, con actitud de galanteo, le ofrece. Mientras tanto Fabinho, de la misma edad pero que creció con todos los privilegios que su condición procura, todavía busca protección metiéndose en la cama de Val.

Son estos los contrastes que la directora Anna Muylaert va desarrollando con ritmo y precisión, creando un estado de tensión permanente y mostrando la barrera tan grande que existe entre seres que a pesar de convivir tantos años bajo un mismo techo y compartir intimidades están en realidad a un abismo de distancia.