Hace unas noches una amiga me pidió consejos sobre cómo debía comportarse en una invitación que había recibido recientemente. Participaría de un evento social no común a su estilo de vida. Después de proceder a darle ciertas pautas y sugerencias, quedé un rato reflexionando sobre la situación referida y esa necesidad de no desentonar socialmente.

Los seres humanos tenemos una necesidad biológica de pertenecer a grupos sociales, donde encontremos valores comunes que nos permitan sentirnos acogidos, ser parte de la colectividad sin renunciar a nuestros valores. Así se da esa pertenencia natural a diversos grupos con sentidos convergentes.

Cumplir con patrones comunes de belleza permite que podamos, como sociedad, construir una imagen colectiva que cumpla con canones estéticos particulares, comunes como valor en el grupo. Así buscamos como colectividad cumplir con esa exigencia básica de imagen, el deber parecer. ¿O el deber ser?

Nos acomodamos para no desentonar; nuestra sociedad favorece ese patrón tácitamente acordado. ¿Cuántos cargos no son adjudicados teniendo como referencia la estética del postulado?

También está el dinero. Tener buenos recursos económicos o proyectar tenerlos es otra manera de adquirir aprobación social. Nuestra sociedad es de consumo, y el que mayores recursos para consumir tenga es más valorado. Aquí están aquellos que en su afán por proyectar la imagen de rigor se endeudan hasta la médula.

El poder es otro de estos valores altamente apreciados. A todos nos gusta estar cerca del que ‘manda’. Relacionamos la fortaleza con la capacidad de protección; aquel que es fuerte y ostenta el poder podría protegerme. El poder seduce, pero se corre el riesgo de perder el norte.

La sociedad moderna reconoce al individuo poseedor de sabiduría, aquel que podría guiar al grupo. Aquí el peligro es la vanidad y el ego academicista que otorgan los títulos y pergaminos. En la búsqueda de estatus social se podría perder la búsqueda de conocimiento y la divulgación de este, mucho de lo que la sociedad espera de estos individuos.

Vivir en sociedad implica una serie de dinámicas muy complejas donde pueden darse ciertas fuerzas que lleven a actuaciones artificiales y poco auténticas, guiadas por el afán de pertenecer. Lo primordial es conocerse bien y tener muy claros los valores que cada quien reconoce como relevantes para su vida, buscar un grupo donde encajar y ser aceptado, sin necesidad de acomodaciones artificiales ni de posturas falsas. Se es quien se es y por afán de pertenecer no se puede renunciar a sí mismo.

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