Para quienes vivimos en Bogotá antes de la era digital, La defensa del dragón, de la directora colombiana Natalia Santa, puede resultar una película muy nostálgica. De una manera sencilla, con dejos de comicidad y mucha madurez, la cinta sigue a tres personajes típicos de ese entorno: Samuel (Gonzalo de Sagarmínaga), el protagonista, profesor de matemáticas y ajedrecista, y sus dos amigos, Marcos (Manuel Navarro), reparador de relojes de la vieja guardia, y Joaquín (Hernán Méndez), un homeópata con adicción por el juego.
Los tres tienen una existencia turbia, no solo por la soledad que los corteja sino por la falta de horizontes y la ilusoria comodidad del conformismo, hechos que se ven reforzados por los tonos apagados del film. De hecho, la fotografía, inspirada en tomas de la ciudad hechas por Iván Herrera, esposo de Natalia (y director de fotografía con Nicolás Ordóñez), es uno de los aciertos, de extrema concordancia con el acontecer.
A Samuel parece quedarle un solo estudiante, el hijo de Matilde (Maia Landaburu), una ilustradora cuyas escenas se encargan de ponerle el poco color que tiene la cinta. Es tan introvertido que le cuesta expresar sus sentimientos por Matilde y menos aun confrontar los avances e insinuaciones sexuales de Julieta (Laura Oma), la hija adolescente de su vecina.
Ni siquiera cuando Samuel se encuentra con su propia hija, a la que escasamente ve un día a la semana, puede dedicarle de lleno su atención, escudándose en las partidas de ajedrez que se llevan a cabo en el concurrido y tradicional club Lasker, con las cuales supuestamente hace dinero y se mantiene.
Joaquín es tal vez el más aferrado a su pasado. Se rodea de antigüedades y negado a la tecnología digital repara relojes con implementos obsoletos, teniendo problemas para poder cumplir con la renta del local donde trabaja, convertido secretamente en su vivienda.
Marcos por su parte sufre la desaparición de su hijo y se ampara en su adicción al juego. Mantiene una extraña relación de clandestinidad con su enfermera Josefina (Victoria Hernández), aunque todos parecen estar enterados de ello.
El ajedrez, otro protagonista de la historia, les sirve de lazo y escudo a estos tristes personajes, artífices de su propio destino, quienes en un momento dado se dan cuenta que la única manera de salir del atolladero es actuar. La defensa del dragón corresponde a una jugada de ajedrez para proteger al rey, y a manera de metáfora le da título a la película.
Este film es la ópera prima de Natalia, e hizo parte de la Quincena de Realizadores durante el pasado Festival de Cannes, primera vez que una directora colombiana ocupa este lugar. Para quienes tuvimos la oportunidad de verla en dicho evento, resultó doblemente emotivo, porque a la nostálgica cinta con música de Sagarmínaga, se sumaron las emociones de la directora quien escasamente pudo musitar vocablo, enterneciendo a la audiencia que la honró con un caluroso y merecido aplauso .