A ningún país en el mundo se le asocia tanto con el automóvil como a Alemania, la cuna del vehículo que revolucionó el siglo XX. Marcas como Volkswagen, Mercedes Benz o BMW han gozado de un gran prestigio en el extranjero y han sido el orgullo de la industria germánica. A esto se suma el amor profundo que profesa buena parte de la sociedad alemana a su coche, lavado a mano los domingos incluido. Es bien conocido que no hay un límite de velocidad general en las autopistas y que cada vez que algún político intenta discutir esta singularidad se desata una tormenta de indignación. Para los alemanes el correr a toda prisa por sus carreteras es la máxima expresión de la libertad ciudadana, como lo es para los estadounidenses el derecho a portar armas de fuego.

Gracias a esta adoración por el coche, la industria del automóvil en Alemania durante décadas ha gozado de privilegios como ningún otro sector. Pero ahora se avecina un cambio de mentalidad debido a los recientes escándalos, como la manipulación de las emisiones de los coches diésel o el recién descubierto cartel para acordar precios. En el centro de la polémica están los coches con motor diésel. Son más eficientes en el consumo, pero mucho más contaminantes; ya que emiten mucho óxido de nitrógeno (NOx), muy dañino para la salud. De ahí que algunas ciudades alemanas estén pensando ahora seguir los pasos de otras urbes en Europa, que van a prohibir la circulación de coches diésel en un futuro próximo.

En Alemania, el diésel goza de una popularidad especial. El ingeniero alemán Rudolf Diesel lo patentó en 1892, pero no fue hasta la crisis del petróleo en 1973 cuando comenzó el gran auge de los coches particulares de diésel, que llegaron a constituir casi la mitad del parque móvil en Alemania. Hace unos años, sin embargo, las autoridades europeas empezaron a atacar el problema de la contaminación en las ciudades, con restricciones cada vez más fuertes para el diésel. Durante mucho tiempo, el poderoso lobby del automóvil alemán, donde trabajan exministros, consiguió frenar los intentos para prohibir los motores más contaminantes, tanto en Berlín como en Bruselas. Pero entonces estalló el escándalo de los motores manipulados en 2015 y todo cambió.

El súbito desprestigio de las grandes marcas alemanas es tal que el Gobierno ya no quiere hacer más concesiones a la industria. En una reunión entre fabricantes y representantes políticos este miércoles, la llamada “cumbre del diésel”, se acordó reducir las emisiones de 5 millones de vehículos con un cambio de software. Todo lo pagan las empresas, al igual que una prima para que la gente cambie su viejo diésel por coches más limpios, como los eléctricos que en Alemania constituye menos de 1% de los coches en circulación. Los VW, BMW o Mercedes están muy detrás de otras marcas en las tecnologías para coches menos contaminantes. El Gobierno haría bien en aprovechar las horas bajas del sector para presionarle a un cambio definitivo de modelo en vez de aferrarse al diésel.

@thiloschafer