Adoptamos en la columna de hoy, porque lo consideramos una postura necesaria de equidad y justicia, una posición que puede ser antipática e insólita en estos momentos del país, ante miles de ciudadanos que consideran el sistema judicial nuestro, actualmente un absoluto desastre y, con razón, pueden pensar que es una vergüenza nacional. La Colombia pensante cree hoy que la justicia está podrida. Sin distingos, sin diferencias, según un macroconcepto que abarca el todo sin diferenciar las partes, las estructuras, las particularidades o el sistema en sí mismo, que es constitucionalmente integral.

Tres ex presidentes de la Gran Corte son descubiertos y calificados “subjúdice” por actuaciones delictivas. Se oyen por todas partes voces de protesta, de sorpresas incalificables, desde el proceso 8.000 no se veía algo parecido, es inmoral, un basurero. “Si esto no se arregla de aquí a diciembre hay que cerrar el Congreso”, expresó una senadora por radio como candidata presidencial. “Si está corrompida la cúpula, ¿como será de ahí para abajo?”.

Vamos por partes: no estamos de acuerdo y rechazamos enfáticamente esta generalización de conceptos. Una o dos o tres manzanas podridas no tienen por qué dañar todo un costal. Seamos francos: si algo distingue y enorgullece a Colombia es la fortaleza de su estructura institucional. Lo dijo Rafael Núñez cuando pulía, con Miguel Antonio Caro, el proyecto de Reforma Constitucional de 1886: “Los que denigran las posiciones son los hombres; las instituciones son como los cimientos de los rascacielos, contra ellos sin perturbarlos se estrellan los huracanes”.

Por eso desde esta columna invitamos a todos los comentaristas del país, en todos los estratos, categorías y escalones de la cultura y la educación, a que defendamos las instituciones, entre ellas la Justicia, que es nuestro más alto refugio, la cúspide, la cúpula, el simbólico estandarte de la fe pública y la confianza ciudadana. Condenemos con energía a los infractores, a los delincuentes, con el peso pesado de la Ley. Hagamos de estos episodios una escuela de autoevaluación, de autocensura.

Corruptos hay en todas partes, eso lo sabemos todos los humanos, no lo estamos inventando hoy. Desde que la humanidad existe, la trampa, el engaño y el robo viven. Pero eso no significa que las instituciones en su sentido ontológico sean en sí corruptas. Basura y malos olores los hubo, los hay y los sentiremos siempre. En la Justicia, entre abogados, médicos, ingenieros, agrónomos, artistas, músicos, curas, pastores y rabinos, carpinteros y odontólogos, obreros y académicos, obispos y mendigos. La maldad no tiene ni edad, ni raza, ni religión, ni idiomas, la maldad humana es un subproducto deformado de la ley natural, una desviación psicológica, como lo sostuvo Adler, el segundo de Freud. Entonces no nos rasguemos las vestiduras, señalemos a los culpables y sometámoslos a los regímenes de castigos, pero no ataquemos, en este caso, a la Justicia porque dentro de ella, lo recordamos, hay miles de magistrados, jueces, fiscales, funcionarios intachables, impolutos, verdadero orgullo patrio, que casi siempre desde el anonimato, la sencillez, la humildad del estudio de agotantes expedientes son un referente de dedicación y rectitud. Tres manzanas podridas se botan en la basura y el costal sigue limpio.