La última película del controversial director norteamericano Woody Allen, cuyas acusaciones de acoso sexual se han revivido después del escándalo de Harvey Weinstein, provoca sentimientos encontrados acerca de la separación entre el artista y su obra. Mucho se ha discutido sobre el tema, y resulta difícil abstraerse mentalmente durante la proyección, dado que el tema se hace reiterativo a lo largo de su obra.
En La Rueda de la Maravilla, como en tantas de sus películas, hay un triángulo amoroso donde madre e hijastra en este caso, se ven involucradas sentimentalmente con un mismo hombre.
Ubicada en el New York de los años 50, la historia se desarrolla durante un verano en el ilusorio parque de diversiones de Conny Island, donde Ginny (Kate Winslet,) la protagonista, trabaja como mesera en uno de los restaurantes de mariscos, mientras su esposo Humpty (Jim Belusci) es el operador de un carrusel de vivos colores que contrastan con su oscura tragedia personal.
Ginny es una actriz frustrada que tiene un hijo pequeño, Richie (Jack Gore), de un matrimonio previo que ella misma se encargó de destruir. Richie sufre de piromanía y otros problemas psicológicos que provocan constantes incidentes y dolores de cabeza para Ginny.
Humpty por su parte tiene una hija de veinte años, Carolina (Juno Temple), cuya madre ha muerto y a quien no ha visto por muchos años desde que ésta decidió casarse, contra la voluntad de sus padres, con un mafioso.
Ginny no está contenta con la situación que vive, y empieza un affaire con Mickey (Justin Timberlake), un estudiante de teatro que trabaja como salvavidas en la playa aledaña, aliviando en parte su tragedia cotidiana.
Pero la repentina aparición de Carolina buscando refugio de los gánsteres que la persiguen en respaldo a su marido, complica la frágil estabilidad que ha logrado Ginny con su doble vida. Saturada de sueños frustrados, los eventos que se desarrollan a continuación la sacan de casillas y la llevan a tomar decisiones que pueden voltearse en su propia contra.
A pesar de que la historia puede resultar repetitiva dentro del conocido repertorio de Allen, la cinta nos transporta otra vez al New York originario de este director, esta vez con excelente fotografía y ambientación a cargo de Vittorio Storaro, quien ya obtuvo varias nominaciones y premios.
El panorama de la playa coloreado con las luces de neón y la fingida diversión que se vive alrededor de la miseria y la neurosis de los personajes le dan un tono irónico y sarcástico.
Lo que resulta molesto es la narración en primera persona en la voz de Mickey, que no solo tiene un tono artificial sino que termina restándole validez a la narrativa. Con su estilo un tanto teatral evocativo de Tennesy Williams, el cronista no necesita recordarnos que la vida es de por si un escenario.
Pero como ya había mencionado, el cine de este director aunque pasó su mejor época, siempre ofrece algún diálogo interesante y situaciones que nos identifican.
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