El terrorismo es la “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror” (Real Academia de la Lengua). Y usualmente se usa para “coaccionar a sociedades o gobiernos” (Wikipedia).

Terrorismo, por tanto, es una bomba que alguien instala subrepticiamente en un lugar donde los policías realizarán su formación. Terrorismo es también la promulgación de informaciones falsas que, con mala intención o ingenuidad, activamos en los imaginarios de los ciudadanos para generar confusión.

El atentado contra los agentes del CAI de San José tuvo eco en las redes sociales. Hasta allá llegaron las esquirlas de pólvora y varillas que le costaron la vida a los uniformados.

Estos otros actores violentos solo necesitaron un teléfono inteligente y un plan de datos para accionar la explosión. De inmediato el temor nos sacudió. Y una estela de desazón se apoderó de todos.

En el lugar de los hechos, las investigaciones apenas empezaban. La Fiscalía indicó que con bastante celeridad, pues a las pocas horas ya había claridad sobre lo sucedido.
Pero mientras ello ocurría –las hipótesis y las certezas de la indagación los terroristas de las redes insistían.

Su arma podía ser un meme concebido con precipitación o un audio grabado con la eficiencia del oportunismo político.

El pretexto era uno solo: aprovechar el caos para armar confusión.

Entonces escuchamos todo tipo de versiones absurdas. Que Santos estaba detrás del atentado para cancelar las elecciones y perpetuarse en el poder, que eso le pasaba a los Char por destinar los policías a los retenes de movilidad…

Los mensajes tenían una cola proselitista: “sigan creyendo en la paz del Presidente…”, “sigan creyendo que este es el mejor alcalde…”.

Como la intención estaba enrumbada, había que mantenerla. Así aparecieron supuestos carros bombas en los parques, desalojo de edificios o centros comerciales por amenazas de explosivos...

Ante la duda, muchos replicaron los mensajes y el humo se extendió rápidamente por la ciudad. Ante esa misma duda, alojada ya en el corazón y la mente, prefirieron guarecerse y encerrar bajo llave su derecho soberano a andar por donde le ordenara su gana.

Ahí hubo un doble triunfo: el de los violentos que coaccionaron y el de los oportunistas que infundieron terror. Entre estos hubo el malintencionado que quiso pescar en el río revuelto; el ingenuo que, sin aplicar en este otro sentido el beneficio de la duda, sirvió a la causa sin saberlo, y el necio que, sin preocuparse de nada, asumió todo como un chiste.

¿Saben cuál es el problema? Que al final transmitimos la sensación de que la ciudad estaba sin control, y que los malhechores, los que usaban las bombas y los que utilizaban las redes, tenían a Barranquilla a sus anchas.
No, señores, con esto no se juega. Ante el hecho real, espera y confianza en las autoridades. Ante la inventiva, sensatez y responsabilidad.

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@AlbertoMtinezM