La mejor pelea en la historia mundial del boxeo, no digamos que se frustró, sino que por un respeto frontal entre ambos boxeadores, no permitió que se verificara ese careo boxístico que habría sido lo mejor de lo mejor de todos los tiempos.
Para poner en su sitio las palabras y las alusiones que pudieron contenerse en el párrafo inicial, en la esquina izquierda de un ring extraordinario para cualquier imaginación, estaría bailoteando a la espera de la campana Ray Sugar Robinson, para varios analistas del boxeo el mejor de lo mejor libra por libra.
Y en la esquina diagonal a él, estaría el Middle-weight argentino Carlos Monzón, púgil que no supo lo que fuera una derrota en toda la línea, ya que siempre dio pelea con el regalón que le saliera al paso.
Ambos peleadores tenían una talla que rozaba con los 6 pies de estatura, técnicos estadounidenses creyeron y siguen creyendo que Robinson era más boxeador que Monzón, y en cuanto a la pegada para ganar por nocaut, ambos la tenían como arma definitiva de sus combates.
Monzón ganó su título mundial de peso medio en Europa. Le ganó sobradamente a Nino Benvenutti, luego se vino a su país a esperar que le salieran contendores. Y los que fueron llegando para vérselas con él, en el Luna Park de Buenos Aires, fueron saliendo liquidados sin contemplaciones.
Desde luego que Robinson tenía más combates y más importantes que los que pudiera exhibir Monzón, pero eso no era culpa de él, sino de los medios y los manejadores. Este relator personalmente cree que Robinson le habría ganado y posiblemente por nocaut a Monzón, pero ese plato boxístico nunca tuvo ni cuchillos ni tenedores para sacarlos de la imaginación, y ponerlos bis a bis ante cualquier público.
¿Por qué no se hizo este combate monumental? Del lado de Monzón estaba el también argentino Tito Lectoure, a quien los dos le gustaban más que la comida, y por cuenta de él, no es verdad que la pelea no se pudiera hacer; la dificultad para llegar a un acuerdo estaría por los lados de la gente que manejaba a Robinson.
Pasaron las semanas, los meses, y hasta los años, que por muy pocos que fueran -ya que la plenitud física se va de pronto en un santiamén- sabían esperar por este combate excepcional, pero siguió el ‘bla bla’ que todos conocen por la bazofia de la bazofia misma, y todo a la postre se fue malogrando por el padre tiempo, hasta llegar a ser un necio recuerdo y nada más.
El gran adversario de Monzón, no era Ray Robinson, ni los ocho o nueve pesos medianos del ranking mundial, sino su temperamento belicoso, como muy pocos boxeadores en el mundo, para liarse con cualquiera a la hora y en el escenario que fueran. Si algún ejemplo se puede alegar en este sentido hay que señalar inescrupulosamente el asesinato de Monzón a una de sus amantes, a quien arrojó de un segundo piso, tirándola de cabeza para buscar su mortalidad, como se lo pedía su fuero homicida. En fin ya sobran las palabras y aquella lid incomparable se esfumó para siempre.