A tal punto ha llegado la radicalización de las posiciones ideológicas y políticas en Colombia, a las puertas de la escogencia del nuevo presidente de la República, que no son pocos quienes comentan que en sus hogares o sitios de trabajo han optado por vetar las conversaciones sobre el discurrir de la política nacional por ser chisperos que fomentan agravios y agresiones que oscurecen la atmósfera de camaradería que debe prevalecer en estos ámbitos sociales.
“Mejor que no hablemos de eso porque vamos a terminar peleando”, he escuchado decir. Sé incluso de múltiples casos en que los enfrentamientos han sido tan álgidos en los últimos meses, pero mucho más después de las consultas de partidos llevadas a cabo en la jornada del 11 de marzo pasado, que mantienen enemistados a amigos, a hermanos, a padres e hijos y a parejas.
Unos pretenden imponer su postura acerca de las condiciones actuales del país o su afinidad por alguno de los candidatos a la Presidencia, convirtiéndose en kamikazes ideológicos; mientras otros no aceptan ninguna crítica, ni siquiera constructiva, al candidato de sus amores. También es frecuente tratar de manera displicente como tibios a quienes simplemente aspiran a que su falta de devoción política sea respetada; de ahí que los choques sean verdaderamente explosivos.
Dentro de este ambiente están, y son los más fogosos y controversiales, quienes devoran toda la información –cierta o no– que se difunde a través de las distintas plataformas que hoy nos brinda la tecnología, sin permitirse por lo menos un chequeo simple para sopesarla. Además, así como la reciben, la reproducen de manera que el círculo vicioso no deja de crecer.
También están los que no tragan entero, quienes conocen los antecedentes históricos de lo que estamos viviendo y cuentan con conocimientos suficientes para hacer análisis consecuentes, e incluso han adoptado la misión de hacer pedagogía al respecto. Igualmente, están los apasionados, conozcan o no la realidad colombiana, intensos y efervescentes en sus posiciones partidistas; los despreocupados, los despistados, en fin… toda una variedad de posiciones que conforman un arcoíris de posturas políticas que hacen efervescente el clima electoral con un diálogo controversial, muy poco argumentado. Se ha entronizado en el país y en el mundo una cultura bastante negativa de hacer superficial el análisis y la participación política, lo cual abre espacios a la corruptela y al acceso de populistas a la dirección del Estado.
¿Por qué deponer lo que piensas porque otro te lo diga?, ¿por qué indisponerte con tu familiar, tu amigo o compañero de labores por tu pensamiento político? Ni lo uno ni lo otro tiene razón de ser. El diálogo argumentativo y propositivo entre contradictores alimenta el pensamiento, ahonda los conocimientos, permite claridad conceptual en el mundo, y puede, claro que sí, construir una postura que nos beneficie a todos como habitantes de un país con muchos retos y necesidades. Por esto, es preciso tener claro que el futuro inmediato de Colombia está en nuestras manos, y se hace efectivo el próximo 27 de mayo al ejercer nuestro voto de manera calificada y autónoma.
Buen ejemplo nos dio esta casa periodística con el debate con los aspirantes a la Presidencia de la República realizado en Barranquilla. Ese es el camino.