Parece una relación insólita pero no lo es, por lo menos para quien mira con la objetividad que da la distancia. La razón es muy sencilla: mientras toda la ciudad siente una gran pasión por el Junior –el equipo de fútbol que le quita la respiración al alcalde de Barranquilla, a los medios de comunicación locales y a su inmensa hinchada– la cultura y sus instituciones se caen a pedazos, física y financieramente, ante la profunda indiferencia de las autoridades locales y de la ciudadanía. Esta comparación, que puede considerarse atrevida, busca entender las posibles explicaciones de esta profunda diferencia.
Para nadie es una sorpresa que un equipo de fútbol logre motivar de tal manera a una ciudad para que haya un gran cubrimiento en los medios de comunicación sin duda de sus éxitos, pero también de cualquier mínimo traspié que tenga este equipo. Tampoco es un caso único porque basta observar en Medellín la devoción por su equipo Atlético Nacional. Antes, esta euforia solo la vivían los hombres, pero ahora las mujeres también han logrado apasionarse por este deporte y sus respectivos equipos.
Lo raro entonces no es la euforia por el Junior que se vive en Barranquilla sino el contraste con lo que está sucediendo con la cultura. El Teatro de Bellas Artes, donde muchos de nosotros hicimos nuestros pinitos en la música, en los coros y en otras expresiones del arte, se está cayendo a pedazos. El Teatro Amira de la Rosa, escenario de muchísimos eventos culturales y políticos, está abandonado y además pareciera que a nadie le interesa que vuelva a tener la importancia de otros tiempos. El Parque Cultural del Caribe o Museo del Caribe supuestamente el gran orgullo de la ciudad y de la Región porque muestra esa identidad que se supone caracteriza a los caribeños, está en crisis financiera, no tiene cómo sostenerse y está en peligro de ser un nuevo fracaso, otro elefante blanco. Así podría seguirse el triste camino de las instituciones culturales en Barranquilla.
Este desbalance es preocupante porque refleja una actitud no solo de sus habitantes sino fundamentalmente de su dirigencia política y empresarial. Barranquilla se ha vendido muy bien a nivel nacional como una ciudad pujante, con el mejor alcalde del país, con un sector de la construcción imparable; inclusive con soluciones aún parciales a un problema que se creyó sin solución, los arroyos. Conclusión, esta situación de los escenarios culturales no obedece a un problema de falta de recursos económicos. Es claramente el producto del desinterés local a todo nivel.
Sería interesante conocer qué piensan aquellos que todavía recuerdan al grupo de intelectuales, que con García Márquez le dieron brillo al desarrollo cultural del país, desde sitios como La Cueva, en Barranquilla. Solo queda una pregunta: ¿Será que el Junior mata la cultura? Imposible que la respuesta sea positiva, de manera que de las autoridades para abajo, la ciudad debe empezar a repensar sus prioridades.
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