En tres días se votará la llamada Consulta Anticorrupción. Este embeleco electoral de Claudia López que, a pesar de su altísimo costo para los colombianos y de haber pasado ya hace rato las épocas de campaña, tomó fuerza. La consulta, por su sugestivo nombre, inclina a la gente hacia apoyarla, claro, todos quieren acabar la corrupción y los que de ella pelechan, tampoco es cosa de confesarlo. Ocurre con ella algo similar a lo del plebiscito, que en las encuestas nadie quería dar papaya afirmando estar contra la paz –así lo planteó el enmermelado santismo– pero en las urnas votaron No, porque lo que estaban era contra lo consignado en el Acuerdo de Paz, que eran dos cosas muy distintas, además lo que se sentía era que votaban apoyando o no al desprestigiado gobierno de Santos.

La hábilmente planteada dicotomía ha puesto a Duque en una disyuntiva: mientras su partido se manifiesta en contra, a él le corresponde públicamente apoyarla, qué tal que no: el presidente tiene que estar contra la corrupción. Pero el Centro Democrático y la mayoría de los partidos políticos tienen claro que se trata de una engañosa maniobra enredadora y que un resultado positivo solo implica su traslado al Congreso para su implementación, amén que en su mayoría sería la repetición de la repetidera, ya que varios de sus puntos están legislados.

La más dañina corrupción no está en que los congresistas repitan indefinidamente, ni en el monto de sus salarios, ni en los ya reglados pliegos de las licitaciones. La corrupción es compartida por los sectores público y privado, y por ello no dejan de aparecer los Reficar, los Odebrecht, los Hidroituangos, los repetidos ‘elefantes blancos’ donde necesariamente hay corrompido y corruptor. La corrupción no puede erradicarse con normas, sino con acciones coercitivas y disuasivas, no solo por parte de las entidades del estado, sino principalmente por parte de la sociedad misma que no aplica censura social, que se habitúa y hasta pondera a los malandros.

No es con los votos del domingo que desaparecerá la corrupción. Lo que pretende la señora Claudia López es que, al igual que hizo Petro con su consulta frente al entonces desconocido Caicedo –un líder de provincia–, los votos que se obtengan el domingo se los atribuyan a ella, cosa que, según cree, la catapultará hacia la Alcaldía de Bogotá, su verdadera aspiración. O sea que votar se traduciría en apoyarla. Flaco favor, entonces, se hace al país acudiendo a las urnas para manifestarse por esta veleidad política que ya nos salió muy costosa y cuyo resultado será inane.

Coletilla: Buena cosa que en el inicio de la destapada de cartas Jaime Pumarejo haya hecho pública su intención de lanzarse a la Alcaldía. Pumarejo ha acompañado de cerca a las últimas administraciones distritales, lo que representa la continuidad en programas, proyectos y visión de ciudad que necesitamos, y que nos ha colocado en la preponderante ubicación en la que a nivel nacional nos encontramos. Continuidad es el secreto de los éxitos hasta hoy obtenidos.

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