El pasado viernes se cumplieron 30 años del fallecimiento de Alfonso Fuenmayor. Cuando regresé a Barranquilla en los años setenta, después de una ausencia larga, me leía sin falta su columna semanal en el Diario del Caribe que tituló “Ni más acá más allá”, fiel reflejo de su talante ponderado. Escribía con una prosa que parecía en verso. Poseía con naturalidad una riqueza idiomática y un saber desbordante para citar a los más diversos escritores. Intelectuales desconocidos del mundo parecían sus amigos más cercanos. Se notaba que era un lector que amanecía leyendo en horas imprecisas de la madrugada.

Tuve el privilegio de conocerlo personalmente cuando el Diario nos invitó a dirigir juntos el semanario cultural Intermedio. Me di cuenta de que a su lado yo aprendía más que dirigía. En julio de 1979, una semana después de tomar las riendas del hebdomadario, estábamos inmersos en un mar de creaciones literarias, artísticas, musicales y todo ese mundo de la cultura que no tiene nombre propio. Nos veíamos todos los fines de semana para armar Intermedio en compañía de Gilberto Marenco en la primera planta del periódico que quedaba en el Barrio Abajo. Entre semana lo visitaba en su biblioteca de la carrera 54 con 72. En la parte trasera de la casa había instalado una biblioteca repleta de libros bajo un techo translúcido. A mí me parecía un invernadero de plantas de los más variados colores. Pensé que aquella debía ser la materialización de la biblioteca universal que Borges imaginó como el lugar del mundo que ocupa todos los lugares.

Era una persona de una gran sencillez. No presumía de haber sido integrante del Grupo de Barranquilla sobre el cual escribió unas Crónicas que son testimonio personal y directo de lo que fue La Cueva en su mejor momento, una especie de zona mítica en donde se reunían el escritor Álvaro Cepeda Samudio, el pintor Alejandro Obregón, el periodista Germán Vargas, el intelectual del grupo que era Fuenmayor y García Márquez quien lo llamaba Maestro, como quien se quita el sombrero para saludar a alguien superior. Y lo era sin aspavientos. Su padre José Félix Fuenmayor, a quien se refiere sin falsa modestia al comienzo de su libro de Crónicas, que cité, sigue siendo un escritor de lectura ineludible, como fue para el Grupo, cuya influencia desde el punto de visto narrativo asemeja a la de Faulkner en su época. Todavía hoy. Las últimas ocasiones que lo traté fueron cuando era miembro del consejo directivo de Uninorte. Entablábamos conversaciones con el Negro Bonnet en las que Fuenmayor brillaba por su memoria increíblemente prodigiosa.