Estamos construyendo recuerdos, por eso hay que vivir cada momento con conciencia e intensidad, procurando que ellos nos generen las mejores emociones, aprendizajes e impacto. Los días pasan rápido y pronto estaremos lejos de lo que vivimos hoy.

La dinámica de la vida actual, vivida desde la rapidez de la tecnología, con la posibilidad de bilocación dada por las pantallas y la hiper-valoración de estar conectados, nos pueden ocasionar una relación muy leve e inconsciente con la realidad presente. Dialogamos con alguien que amamos, pero sin soltar las redes; nos juntamos con nuestros hijos, pero atendemos más al WhatsApp, esperando una noticia sin importancia que podemos ver después, pues tenemos la impresión de que si no la vemos, pasará algo terrible; llegamos a un sitio y nos cerramos a su novedad pensando en el siguiente lugar en el que tenemos que estar. Este estilo de vida nos impide saborear los momentos para que nos dejen la marca imborrable en la memoria, que sea fuente de bellas sensaciones en el futuro. Me asusta que esta forma de vivir nos cree recuerdos efímeros y nos impida afincarnos en una identidad plena y realizada.

Hay que estar presente. Vivir el aquí y el ahora. No desperdiciar encuentros, viajes, comidas, juegos o cada momento que vivimos, porque ellos iluminarán las situaciones tristes del futuro cuando los remembremos. Nos asegurarán tener fuentes de sonrisas y volverán a estremecernos el cuerpo al recordarlos. Al fin y al cabo, el tiempo es un bellaco que se lleva todo, como bien dice Sergio Moya Molina: “El tiempo, se ha convertido en mi peor enemigo, porque me está quitando las cosas queridas. Se lleva la juventud de mis años floridos, y al fin se va llevando hasta mi propia vida”. Se las lleva, pero me queda haberlas vivido con total atención y apertura… con algo de ellas me quedo en mis recuerdos.

Recuerdo con nostalgia y alegría a la vez. Acepto que esa experiencia ya no está, pero me gozo porque estuvo, y extrañamente sigue presente en mí. Hay una palabra portuguesa que dicen no tiene una precisa traducción al castellano; es la palabra Saudade, y me gusta como la explica Gema Sánchez Cuevas: “Saudade es la presencia de la ausencia. El anhelo de algo o alguien que recordamos con cariño, pero que sabemos que será difícil volver a experimentar. Un profundo estado emocional que mezcla las tristezas con los afectos para dejarnos el sabor agridulce de lo que nunca llegará, aunque mantengamos la esperanza”. La única defensa que tengo contra el tiempo, es vivir emocionado con cada experiencia para que se queden en mi memoria.