El reconocido periódico británico The Guardian, anunció hace unos días que no continuará publicando en ninguna de las cuentas oficiales que tienen en la red social X (antes conocida como Twitter). Se trata de unas 80 cuentas con algo más de 27 millones de seguidores. En su comunicado, informa que «los beneficios de mantenernos en esa plataforma ya no compensan las desventajas, y creemos que nuestros recursos podrían emplearse de mejor manera promoviendo nuestro periodismo en otros espacios». Con esta decisión, The Guardian se une a un creciente grupo de instituciones y personas que han decidido alejarse de esa red (NPR, PBS, entre otras), una movida impensable y arriesgada hace algunos años, pero que en este momento parece tener sentido.
Aunque el periódico reconoce que las redes sociales pueden ser una herramienta valiosa para las organizaciones de noticias, fundamentalmente porque les permite llegar a nuevas audiencias, explica que la red social X ha pasado a tener un papel menor en la promoción de su trabajo. En realidad, The Guardian es de los pocos periódicos globales que no cobran una suscripción por su lectura, sino que cuentan con el apoyo directo de sus lectores a través de contribuciones voluntarias. Eso les permite tener ciertas libertades, porque su modelo de negocio no depende en exceso de publicar contenido viral ajustado a los caprichos de las grandes plataformas. Si alguien quiere informarse leyendo The Guardian, lo mejor que puede hacer es ingresar a su página web.
Para nadie es un secreto que las redes sociales, salvo algunas excepciones, se han convertido poco a poco en un lodazal ideológico de desinformación y engaño. Es probable que con un ejercicio de selección cuidadosa sea posible mantenerse en ellas sin caer en las trampas de los algoritmos, pero eso supondría un desgaste que va en contravía de la naturaleza misma de esos espacios. Como con ciertas sustancias, lo mejor es no acercarse.
Hace tres años, cuando decidí dejar de usar las redes sociales (salvo WhatsApp, que me veo forzado a mantener únicamente por su mensajería), acudí a las palabras de Jaron Lanier, quien advertía que las redes nos están robando el libre albedrío, convirtiéndonos en malas personas, minando la verdad, acabando con la posibilidad de sentir empatía, destruyendo la política y, sobre todo, repartiendo grandes dosis de ansiedad y de infelicidad. Tengo claro que nada de eso ha cambiado, y que tales advertencias se confirman día a día. No hay tantos likes ni seguidores en el mundo que mitiguen tanto mal. Ojalá que otros medios pudiesen tener la posibilidad de seguir el ejemplo de The Guardian.