La fe es una experiencia sencilla, es responder a la invitación de existir que nos hace Dios. Es devolver el amor que recibimos gratuitamente. A lo largo de la historia, por la necesidad de estructuras doctrinales, conjuntos de ritos y códigos morales, la hemos vuelto muy compleja, tanto que a veces parece que hubiéramos olvidado que lo esencial de la fe es esa actitud de confianza y terminamos centrados en el cumplimiento de normas, que a la manera de la magia, nos garantizan efectividad.
Quien mejor entiende eso es un soldado romano que le pide a Jesús de Nazaret: “Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado” ( Mateo 8,5-13). Desde su fe, él pide una acción sanadora para una persona que es importante en su vida. El hijo de María está dispuesto a ir a encontrarse con esta persona enferma, pero para el soldado la cuestión es más simple: se trata sencillamente de que lo diga, porque desde su fe, sabe del poder de la Palabra de Jesús. Tal vez si fuera uno de nosotros, acostumbrados a las parafernalias de esta sociedad de hoy, le exigiría no solo que fuera a verlo, sino que hiciera muchas acciones excepcionales.
La fe es entender que lo que creemos lo creamos desde la confianza en Dios. Hoy cuando hay tantas búsquedas marcadas por lo complicado y lo exagerado, basta con abandonarnos en las manos de Dios y creer en su poder transformador. Se cree o no. Si se cree, se apuesta a esa realidad con todas las fuerzas del corazón. Se vive desde esa declaración existencial. La fe nos exige el compromiso de vivir desde la confianza. No necesitamos pruebas o milagros, sino poner el sentido de la vida en lo que hemos descubierto como una realidad que supera nuestra comprensión material de la existencia.
Me reta esa declaración del soldado: “No soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará”. Es la humildad y la confianza propia de la fe. Así es como debo creer. Humildad para reconocer que somos parte de un todo y que por encima de nosotros hay algo más grande. Confianza de creer que esto que hacemos a diario tiene sentido y por ello vale la pena vivir.
Me asusta cuando veo soberbia desde aparentes actitudes de fe o cuando el escepticismo propio de la inteligencia humana se esconde tras de pasos mágicos para obligar a Dios a actuar. La fe es vivir con las certezas del amor, que nos deja creer que el que nos ama quiere lo mejor para nosotros, que siempre está dispuesto a comprometerse con nuestro bienestar sin inhabilitarnos. Por ello creo que fe, amor y esperanza son las caras de una misma realidad.
@Plinero