A veces mi fe no me alcanza para entender situaciones de la vida. En estos días he estado triste por la pérdida que ha tenido un amigo, Juan Carlos Sanabria, con la muerte intempestiva de su pequeña niña de 12 años. Cuando me llamó a compartir su dolor, ante esa inmensa pérdida, no tenía palabras para consolarlo. El poder de la palabra a veces no alcanza para quitar del corazón el sufrimiento que nos hiere intensamente. Sólo pude llorar con él. Y es normal que en ese momento aparezcan las preguntas propias de los creyentes: ¿Dónde está Dios en esa situación? ¿Por qué Él permite que eso suceda? O en palabras de Juanca ¿Por qué Dios me quitó a mi bebé?

Son preguntas que nos sacuden profundamente a los que entendemos nuestra vida desde la relación personal con Dios. Estoy seguro de que requerimos una comprensión más secular de nuestra manera de relacionarnos con Él, una que nos saque de esa cosmovisión sacralista que no alcanza a explicar estas duras realidades humanas. Hay que entender que Dios no es un titiritero que juega y mueve con hilos invisibles a los seres humanos y su realidad (Gadium et Spes 36); comprender que es quien nos sostiene en la realidad, respetando nuestra libertad y leyes naturales.

Tenemos que encontrar en la teología y en la espiritualidad una relación con Dios que no nos infantilice, que nos haga responsables de nuestra condición. Hay que comprender todo desde el evangelio y liberarnos de interpretaciones equivocadas que históricamente se han asumido como las auténticas de la revelación, y que no lo son.

Han sido días de silencio ante Dios, de lágrimas por el dolor del amigo, pero con el abandono y la confianza en Él. Sé que hay dolores que no se quitan nunca, que aprendemos a vivir con ellos, que tendremos esa cicatriz para siempre y que será una marca de nuestra debilidad y resiliencia. Es importante evitar torturarnos con preguntas que no tienen respuesta, y buscar más bien la fuerza para seguir, en los abrazos y la atención de los que nos aman.

A Juanca y a los suyos, que tanto lloran esta situación, sólo los puedo acompañar a llorar, hacerles sentir que estoy a su lado, porque no puedo hacer nada más que estar presente con el amor de amigo. Seguiré orando por ellos y por todos los que sufren, porque en el corazón hay una certeza: aún esos momentos en los que nuestra condición nos muestra lo débil y frágil que somos, Dios está presente para cargarnos en sus manos y hacernos capaces de seguir adelante, responsables de lo que sentimos, hacemos y vivimos. Sí, en el silencio sólo puedo confiar y seguir. Dios nos dé su fuerza.

@Plinero