Si le creo al reloj que me ayuda a contabilizar los pasos, durante el 2024 recorrí una distancia cercana a los 3 450 kilómetros. Eso no es poca cosa, equivale a caminar en línea recta entre Barranquilla y Nueva York, con algunos metros de sobra. Una parte de ese camino lo hice con propósito, es decir, no correspondió al quehacer cotidiano, sino a salidas expresas para caminar y trotar que logré ir acumulando con aceptable disciplina (no uso el término «correr», tan de moda, porque realmente no corrí, es decir, rara vez superé los 10 km/h).

Suelo salir a trotar muy temprano, normalmente a las 4:15 de la mañana, intercalando los días. Aunque madrugar tanto requiere cierto nivel de sacrificio, sobre todo las primeras veces, poco a poco la costumbre se encarga de suavizar el impacto hasta normalizarlo. Empiezo caminando con lentitud el primer kilómetro, sin rumbo premeditado, acelerando paulatinamente hasta alcanzar el trote requerido para activar el ritmo cardiaco. No hay afán. Luego hago el proceso inverso y ralentizo el paso hasta caminar nuevamente, volviendo al punto de partida alrededor de una hora después.

He intentado repetir esa rutina a otras horas del día, pero la experiencia no es igual, el calor, el tráfico o el ruido se encargan de empobrecerla. La madrugada, en cambio, ofrece todo lo que se pierde con el paso de las horas, especialmente en nuestra cálida y ruidosa ciudad: a las cuatro de la mañana las calles están prácticamente desiertas, no hay sol y el silencio domina. Nunca he podido trotar con audífonos, así que lo único que escucho es el viento, mis propios pasos y los apuros de la respiración cuando los kilómetros se acumulan. Ese escenario activa los pensamientos, propiciando una suerte de conversación personal de la que a veces surgen, entre otras cosas, algunas de estas columnas.

Un día me crucé con un perro inquietante, lobuno, que me obligó a cambiar de rumbo y a plantearme maniobras de defensa para un eventual enfrentamiento, recogiendo una piedra y calculando vías de escape. Otro, un desquiciado que gritaba amenazantes incoherencias a un enemigo imaginario me llevó a posponer el ejercicio, previniendo que aquel loco materializarse sus delirios conmigo. Salvo ese par de incidentes, no he tenido contratiempos, y todo transcurrió entre los saludos a los celadores y a los esporádicos vendedores de tinto.

Pocas cosas hacen tanto bien como caminar o trotar. Por eso, ojalá que los que no se hayan animado lo hagan con decisión y que quienes ya lo hacen, continúen con ese empeño en este año que comienza. Con esos deseos me despido por ahora, volveré a este espacio el jueves 16 de enero.

moreno.slagter@yahoo.com