El autor del gol mil en la historia del Junior llegó a Colombia de defensor central y terminó oficiando –y dejando un gran registro– de centro delantero, de goleador.

No tengo dudas de que al haber vivenciado e interiorizado las severas formas de los defensas descubrió luego, en su papel de delantero, cómo permearlas.

Su cerebro guardó los hábitos del defensa. Sabia cómo pensaba uno de ellos, qué movimiento haría, qué recurso utilizaría ante un amague, un giro, un pase, y entonces se anticipaba.

Tenia información clasificada. Él, durante un tiempo, había hecho eso. Conocía perfectamente el virus anti gol, así que sabia cómo crear la vacuna.

Supongo, por experiencia propia, que fue más feliz. Evitar los goles es emocionante, pero convertirlos es onírico, es placer puro. Hizo de la contundencia su mejor valor estético.

En su lenguaje goleador no tuvo cabida la retórica. La floritura la esgrimió muy a cuenta gotas, como en aquel inolvidable gol con doble sombrerito en el área a los defensas de Santa Fe, una tarde soleada, bien barranquillera, en el Romelio Martínez.

Nelson Silva Pacheco está en la historia del Junior como uno de sus más grandes goleadores. Y, lo fue, con la fuerza que su físico granítico imponía, con el carácter de los delanteros uruguayos; guapo, ganador, luchador, y con el talante y profesionalismo de muchos años a toda prueba.

Rematador especializado, contundente cabeceador y propietario de los dotes clásicos del goleador: oportunismo, ubicación, resolución, convicción y mejor técnica dentro del área que fuera de ella.

Tras su retiro, decidió quedarse y echar raíces en la ciudad, y se convirtió en un barranquillero más, de corazón, y como padre y abuelo de su nueva generación nacida en esta tierra de mar y río. Y aquí, el viernes, dejó de existir. Paz en su tumba.