Difícil encontrar una elección en Colombia que haya frustrado más que la de 2022, porque la mayoría votó creyendo que el gobierno de Gustavo Petro sí sería ‘el del cambio’ hacia un país mejor. Y ese cambio no se ha dado o ha sido para peor, en medio de la alharaca autoritaria de Petro, calculada para engañar con su bla, bla, bla a todos los colombianos, incluidos los petristas que no están enmermelados.

Ha sido tal la corrupción, el clientelismo y la politiquería en este Gobierno, que sirven de ejemplo los familiares de Petro y dirigentes nacionales de la Colombia Humana como Olmedo López, Ricardo Bonilla y Carlos Ramón González, entre otros.

Además, La Silla Vacía publicó un informe de 31 páginas sobre 331 correos electrónicos enviados en unos meses de 2015, que demuestran que el alcalde Gustavo Petro trajo a Bogotá a los catalanes Manuel Grau y Xavier Vertel a enriquecerse como intermediarios entre las trasnacionales españolas y los petristas y otros. Y como presidente, con descaro, les dio una nacionalidad colombiana exprés, mejorándoles su pase de negociantes.

Aparecen en negocios con la ETB y la alcaldía de Bogotá, en un gran edificio en San Victorino y otro en Santa Marta de 95.000 millones de pesos y utilidades por 29.000 millones en la alcaldía de Carlos Caicedo, negocio que se frustró y del que fueron socios Eduardo Noriega y Catalina Velazco, como Caicedo, altos jefes petristas.

En Santa Marta montaron otro negocio entre una trasnacional española y William Vélez, trasnacional que en 2023 firmó un contrato en Medellín por 180.000 millones de pesos, con la alcaldía de Daniel Quintero, también jefe petrista. Y promovieron negocios con el hijo del Turco Ilsaca, financista de la campaña de Petro, y con Ricardo Roa, que salió de trabajar en Honduras con William Vélez a gerenciarle, con fallas graves, la campaña electoral a Petro.

Y el gobierno de Petro ni ha intentado sacar a Colombia del subdesarrollo económico, su mayor problema, con lo que, en lo fundamental, ha sido el continuismo de sus antecesores. Quien lo analice sin dejarse descrestar por su jerigonza demagógica, verá que Petro es mucho más parecido a los presidentes anteriores de lo que pueda pensarse.

Entonces, en 2026, los colombianos no podemos caer en la trampa de elegirle a Petro su presidente.

Pero tampoco puede elegirse el continuismo de quienes gobernaron el país antes de 2022, y lo hicieron tan mal durante décadas que apresaron a Colombia en el atraso industrial, agrario y científico, el desempleo, la pobreza y la miseria, el clientelismo, la corrupción y la violencia. Por lo que fue fácil promover un voto de castigo en su contra y lograr que fueran los malos gobiernos los que eligieran presidente a Petro.

En 2026, los colombianos debemos negarnos a escoger entre el peor y el más malo de los proyectos políticos conocidos y fracasados, la falsa alternativa que quieren imponernos.

Porque otros tenemos todo el derecho a promover una opción diferente y democrática para la presidencia, el senado y la cámara, capaz de vencer y gobernar con el fin de construir una Colombia que de verdad represente los anhelos e intereses de los sectores populares, las clases medias y el empresariado.