Barranquilla los ha despedido, ojalá para siempre. Se le ha puesto punto final a una página antigua y extensa en una ciudad en la que, hasta el pasado 16 de enero, era legal el uso de caballos y burros para poner en circulación carros artesanales conducidos por el ser humano. Con la prohibición oficial de los vehículos de tracción animal (VTA) en la Arenosa, se desdibujan las clásicas e injustas escenas donde animales inocentes —tristemente concebidos como “de carga”— eran sometidos a extenuantes y brutales jornadas de trabajo, recorriendo de arriba abajo esta ciudad de sol agresivo, arriando el peso enorme de haber nacido en un mundo que aún no termina de comprender que todo animal es, por naturaleza, un ser sintiente.
Un decreto los ha hecho libres. Desde ya, quienes incumplan la normativa deberán asumir sanciones económicas no menores a cuatro salarios mínimos legales vigentes. Por su parte, los históricamente denominados ‘carromuleros’ han recibido motocarros con los que podrán realizar un trabajo mucho más digno, sin tener que explotar ni maltratar a los animales que antaño fueron el motor y eje de su sustento diario… Animales que dolía ver por las calles de la capital del Atlántico en condiciones lamentables: agotados, enfermos y maltratados con el duro peso de tantas inconcebibles cargas reflejado en sus ojos, por demás, tristes.
Tener consciencia sobre los derechos y el respeto por los animales parece ser una tarea aún difícil de asimilar para muchos. Pensar en ellos como seres que sienten, que tienen necesidades, que requieren cuidados, que tienen incluso la capacidad de dar y recibir amor es un asunto que todavía le cuesta a cierta parte de la sociedad que, paradójicamente creyéndose muy humana, les niega a los animales la posibilidad de ser tratados con dignidad, con tolerancia, con justicia, con cordura… Con, al menos, un poco de todo eso con que abogamos por que el mundo nos trate a nosotros, quienes penosamente venimos siendo en la historia de la creación aquellos seres ‘pensantes’ que no siempre piensan.
La explotación animal es infame. Como infame era montarse en un coche supuestamente “romántico” de Cartagena y pasear por el Corralito de Piedra siendo arriado por caballos que podían morir tras colapsar en medio de uno de esos crueles recorridos a que eran expuestos solo para darle a la Heroica una atracción turística más. Por fortuna, en esa ciudad este año inicia la transición de los coches de tracción animal a vehículos eléctricos. El que ha dado Barranquilla es un gran paso. Roguemos por que su ejemplo impulse a muchos otros a hacer lo mismo.
¡Adiós, carro’e mula! Ya era hora de decirte adiós.
@catarojano