Yo no soy mínimamente especialista en interpretar el sismógrafo emocional de los hinchas de Junior, pero no puedo negar que estos días he percibido, en aquellos con los cuales suelo compartir la cotidianidad futbolera, que hay baja expectativa y debilitada ilusión con lo que pueda realizar su equipo en este torneo.

El punto de partida de esa actitud es la creencia de que no se contrataron jugadores de gran nivel para reforzar la nómina. Después consideran que es un desacierto la permanencia de algunos jugadores que no han rendido. Además, no soslayan el fallido intento de contratar a James Rodríguez, y sobre todo no anunciarle, luego, el arribo de un futbolista con reconocimiento y recorrido, que esto último ha sido, a través de la historia rojiblanca, un invaluable aporte a su credibilidad, al espectáculo y la competitividad (Dida, Victor Ephanor, Verón, Babintong, Uribe, ‘Pibe’ Valderrama...).

En mi opinión, Junior necesitaba reforzar la defensa con un lateral de más experiencia y rendimiento demostrado; el medio del campo con un volante ofensivo que trajera ideas, calidad y continuidad en la generación de juego; y el ataque con un delantero con una mejor frecuencia goleadora.

El primero, para complementar y exigir a los jóvenes prospectos que ocupan esa posición; el segundo, para evitar navegar en los vaivenes de ‘Cariaco’ González y no depender solo de las aventuras individuales de Enamorado, Chará y Caicedo; y el tercero, para no dejar la esperanza de gol solo en Bacca.

Pero más allá de esta personal observación, la tarea que tiene el profesor Farías, su cuerpo técnico y los jugadores es lograr que el funcionamiento colectivo, la entrega, el juego armonioso, la capacidad física y los resultados positivos, y no nombres llamativos y mediáticos, sean los encargados de derrotar la atmósfera de incredulidad que cubre a muchos de sus hinchas a un día del inicio del campeonato.