El mundo se mueve con una rapidez vertiginosa. Parece que todo gira en torno a producir, y cualquier actividad que no contribuya a ese objetivo es vista con desprecio. Pero creo que esa manera de vivir, tan superficial y acelerada, es la que hunde a muchos en el hastío y la frustración. La vida, para ser profunda, necesita momentos de lentitud, de contemplación, de ocio, de celebración. Es allí donde los ritos existenciales juegan un papel fundamental: se convierten en pausas significativas que nos recuerdan quiénes somos y por qué estamos aquí.

Los ritos no son simples ceremonias o tradiciones vacías; son espacios de conexión profunda con nosotros mismos, con los demás y con lo trascendente. Nos ayudan a darle sentido a la vida, a marcar los momentos importantes y a reconciliarnos con nuestras emociones más humanas.

Creo que los ritos tienen el poder de detener el tiempo. Un matrimonio, un nacimiento, una despedida o incluso una comida compartida pueden transformarse en actos sagrados cuando los vivimos con intención. Nos recuerdan que la vida es un viaje lleno de comienzos y finales, de transiciones que merecen ser honradas, de encuentros en la diferencia, de miedos enfrentados junto con otros, de solidaridades que construyen y de reconciliaciones que sanan.

Me gustan los ritos existenciales porque en ellos encuentro comunidad. Son momentos en los que compartimos tiempo y espacio con quienes amamos, con quienes nos acompañan en el camino. Al celebrar, recordar o simplemente estar juntos, reafirmamos que no estamos solos. Compartimos dolores, alegrías, esperanzas o duelos, y descubrimos una fuerza renovada en la conexión con los demás. A menudo, los ritos expresan lo que las palabras no pueden: el amor, la gratitud, la esperanza.

Las rutinas rituales nos preparan para afrontar lo inevitable. Nos enseñan a aceptar la fragilidad de la vida, a despedirnos con amor y a valorar el presente. Son un recordatorio constante de que la vida no es solo un cúmulo de experiencias, sino el significado que les damos.

Estas liturgias cotidianas, sencillas y originales, tienen el poder de transformar lo humano en sagrado, lo mundano en trascendental. Lamento que hayamos reducido los ritos a los templos y despreciemos aquellos que, sin pretensiones, nos convocan a detenernos, a profundizar y a encontrar un sentido maravilloso en la vida. Así como a veces me entristezco de ver que el lenguaje de la liturgia católica tan rico y denso en sentido y significado ya no provoca esas conexiones que debiera en quienes lo celebran. ¿Y tú, cuáles son tus ritos existenciales? ¿Cómo celebras la vida?

@Plinero