El 15 de diciembre de 2010 sostuve el diploma por primera vez. Ese día sentí su peso, aun siendo tan liviano. Casi quince años después, ese peso se ha vuelto más grande, más fuerte, más duro. Porque ser periodista ha significado para mí ser más consciente de la realidad, de lo que ocurre y de lo que no, para entonces contarlo con la esperanza de que algo cambie.

Sin embargo, no elegí esta profesión con la ilusión de cambiar algo por fuera de mí, sino más bien por dentro. Recuerdo de forma especial cuando, en una de las primeras clases de periodismo que recibí, la destacada Ginna Morelo —en ese entonces, nuestra profesora— preguntó: «¿Por qué quieren ser periodistas?».

«Quiero estar ante las cámaras, ser presentadora»; «Me gustaría trabajar en radio, prensa o televisión, cualquier medio de comunicación»; «Sueño con presentar las noticias»… Esas fueron algunas de las respuestas que se escucharon en el salón de clases aquella mañana. Cuando llegó mi turno, simplemente dije: «Porque quiero escribir bien».

En ese momento quizás no tenía muy claro el para qué de ese objetivo. Lo cierto es que para mí no había otra razón más fuerte que esa. Escribir bien. ¿Acaso escribiendo bien se puede cambiar el mundo? Con exactitud no lo sé; de lo que sí estoy segura es de que todo mensaje que expresamos tiene la capacidad de ser visto, escuchado o recibido por alguien; y ello, de por sí, se constituye en luz verde para el cambio.

Hace catorce años, mientras recibía el título que me acredita como comunicadora social-periodista, la alegría de haber logrado algo grande se mezclaba con las preocupaciones típicas de quien se gradúa y piensa en las probables dificultades a las que se enfrentará como profesional en un mundo naturalmente incierto.

Hoy, aunque vivo en un mundo aún más incierto que el de hace más de una década, tengo más certezas que dudas. No sé cuántos textos he escrito, cuántos han sido publicados, cuántas horas de mi vida se han ido escribiendo, ni cuántas personas han leído lo que he escrito. Solo sé que la pasión que alguna vez me movió a ser periodista sigue viva; y que los sueños no se cumplen por sí solos, sino que se construyen.

Este 9 de febrero en Colombia celebramos otro Día del Periodista, un oficio de naturaleza dialéctica en que los interrogantes son la base de todo. Hoy soy yo quien les pregunta a sus estudiantes por qué quieren ser periodistas… Y con ese interrogante he entendido que en el periodismo, como en la vida, tal vez lo más importante no son las respuestas, sino el camino hacia su comprensión.