Estoy aquí en mi estudio, rodeado de libros abiertos, páginas subrayadas, fichas bibliográficas y hojas con notas escritas a mano. La pantalla del computador espera que la llene de frases que den sentido, porque estoy escribiendo un libro sobre la esperanza. Y, en medio de este ejercicio de reflexión, surge una certeza: necesitamos aprender a educar en la esperanza.
No entiendo la esperanza como un optimismo ingenuo o una actitud de evasión ante las dificultades. No se trata de cerrar los ojos ante la realidad y repetir frases vacías de ánimo, sino de construir una mirada que nos permita confiar en el futuro sin perder el compromiso con el presente. Esta educación implica formar personas que comprendan que la felicidad no es un destino lejano, sino un ejercicio diario de construcción.
Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo es la tendencia a anticipar el sufrimiento. Nos adelantamos a los problemas antes de que ocurran, nos llenamos de angustia por escenarios hipotéticos y nos desgastamos en preocupaciones que, como diría Mark Twain, en un 90% de los casos, nunca suceden. Educar en la esperanza es enseñar a las nuevas generaciones a no vivir en ese estado de ansiedad permanente, sino a confiar en sus capacidades, a enfrentar los retos con serenidad y a comprender que la vida, aunque incierta, siempre ofrece posibilidades.
Para educar en la esperanza es fundamental cambiar la narrativa con la que interpretamos la realidad. Si les enseñamos a los jóvenes que el mundo está lleno de riesgos, amenazas y fracasos inevitables, los estamos programando para el miedo y la resignación. En cambio, si les mostramos que cada dificultad trae consigo una oportunidad de aprendizaje y crecimiento, estamos sembrando en ellos la capacidad de reinventarse y seguir adelante.
Esto no significa negar la existencia de problemas ni ignorar las dificultades. Al contrario, educar en la esperanza es entrenar la mirada para ver más allá de la crisis, para reconocer las oportunidades incluso en medio del caos y para entender que el presente siempre es el punto de partida hacia un futuro posible. Necesitamos tutores, profesores padres de familia que viven en esperanza; no se puede educar en la esperanza si se tiene miedo al futuro y si se viven quejando de todo lo que han hecho. El testimonio es el que más fuerza tiene en este sentido.
Así como en mi estudio cada libro abierto es una puerta a nuevas ideas, cada persona debería tener la oportunidad de ver su vida como un texto en construcción, lleno de páginas por escribir. La esperanza no es solo un deseo, es una forma de educar, de vivir y de comprometerse con un futuro donde es posible ser felices.
@Plinero